Las cigarreras de Cimavilla, a los 25 años del anuncio del cierre de la fábrica de tabacos: "Hubo hasta desmayos; esto es historia de Gijón"

Las trabajadoras rememoran el fin "traumático" de un lugar emblemático

"En Tabacalera cantábamos, reíamos, llorábamos y reñíamos", recuerdan

Por la izquierda, María Teresa Vela, María Pérez, Isabel Fano, Mariluz Rodríguez, Violeta Gómez y Begoña García, junto a la estatua de Rambal,  ayer por la mañana, con el edificio de Tabacalera a sus espaldas.

Por la izquierda, María Teresa Vela, María Pérez, Isabel Fano, Mariluz Rodríguez, Violeta Gómez y Begoña García, junto a la estatua de Rambal, ayer por la mañana, con el edificio de Tabacalera a sus espaldas. / Marcos León

Cimavilla

Un 7 de junio del año 2000, el por entonces presidente de la multinacional Altadis le comunicaba a Vicente Álvarez Areces, en aquel momento presidente del Principado, la decisión de cerrar la Fábrica de Tabacos de Gijón, que se materializó en 2002. Era el fin de una producción tabaquera que se trasladó al icónico edificio de Cimavilla, antiguo convento de las Madres Agustinas, en 1843. Y también un shock para los trabajadores, en su mayoría cigarreras. "Hubo hasta desmayos", recuerdan algunas de ellas, reunidas ayer por LA NUEVA ESPAÑA para rememorar una etapa –y su abrupto final– que marcó sus vidas personales y laborales.

"La gente llamaba por teléfono a las familias y hubo hasta a quien le bajó la tensión; fue un trauma", confiesa Begoña García sobre ese fatídico día en el que conocieron la noticia del cese de la actividad tabaquera en el barrio alto. Ella, como muchas otras cigarreras, se trasladó a la moderna factoría de Altadis en Cantabria. En la última jornada laboral en Tabacalera, García regaló una cesta de flores a sus compañeras. La fábrica era como una segunda casa. "Cantábamos, reíamos, llorábamos, hablábamos, reñíamos...", dice Isabel Fano, presidenta de la asociación de las cigarreras de la ciudad. Tabacalera llegó a alcanzar los más de 1.800 empleados, aunque, con el tiempo, la cifra decreció paulatinamente.

En 1959 comenzó en la fábrica Violeta Gómez, "la Monrolla", vecina de Cimavilla. Cuando se asoma por la ventana, Tabacalera aparece frente a sus ojos. "Aquí fui la mujer más feliz del mundo; si vuelvo a nacer, sería cigarrera", ensalza Gómez. "¡Bendita fábrica!", agrega María Teresa Vela, hermana de Mariluz Rodríguez (la primera invirtió los apellidos para que figurara antes el de su madre). "La jubilación que tenemos es porque no los trabajamos mucho, ¿no es así?", pregunta Rodríguez, sentada junto a sus compañeras en la plaza del periodista Arturo Arias, con la estatua de Rambal como testigo de excepción.

Varias trabajadoras, tras conocer la decisión del cierre de la fábrica de tabacos, en el año 2000. | MARCOS LEÓN

Varias trabajadoras, tras conocer la decisión del cierre de la fábrica de tabacos, en el año 2000. | MARCOS LEÓN

En el gremio de las cigarreras nunca faltó la vena reivindicativa, como demuestra la huelga protagonizada a inicios del siglo XX para protestar contra la reducción de los salarios. Varias extrabajadoras de la fábrica de tabacos estuvieron, en julio de 2024, en la presentación del gran proyecto de ampliación y reorganización para Tabacalera ideado por el Ayuntamiento. "Las cigarreras son parte de todo esto, de este edificio, de este proyecto y de esta ciudad", señaló aquel día la alcaldesa, Carmen Moriyón. La nostalgia se apoderó de ellas al pisar el lugar que durante décadas fue parte fundamental de sus vidas. "Sentí mucha pena al ver aquello tan deteriorado", reconoce Mariluz Rodríguez, que también visitó el equipamiento en 2023, en el marco de las actividades de los Premios "Princesa de Asturias". Con la reforma, el edificio "estará muy guapo", subraya Violeta Gómez, que, eso sí, reclama un dispensario. "Hay sitio como para un tren", asevera. Las cigarreras, cómo no, reivindican su hueco en el complejo, una zona para mantener viva esa memoria, para lucir fotografías de la época o presumir de reconocimientos como la Medalla de Oro de Asturias que les concedieron. "Esta fábrica es historia de Gijón", sostiene María Teresa Vela. A su lado, Violeta Gómez suspira al evocar esos como cigarrera. "Lo pasamos como Dios; trabajamos, hacíamos trastadas, nos disfrazábamos...", afirma "la Monrolla".

Recalca Mariluz Rodríguez que el colectivo de las cigarreras no debe olvidarse "por lo que trabajamos y vivimos". Festejan una comida anual, una jornada de convivencia para compartir con caras conocidas anécdotas y recuerdos en uno de los máximos exponentes de la industria tabaquera. Una fábrica que aguarda a su reconversión en el corazón cultural de Gijón. "Ojalá se haga pronto y bien", resalta Begoña García.

"De la noche a la mañana", como asegura María Teresa Vela, se produjo el inesperado final de una emblemática fábrica de tabacos que significó mucho más que un trabajo para cientos de cigarreras. "Es un día triste", resumía la fecha del cierre definitivo, en julio de 2002, Ricardo Berdiales, presidente por entonces del comité de empresa. Aunque hubo dos años para hacerse a la idea, las lágrimas brotaron en la despedida de las cigarreras, que, un cuarto de siglo después, destacan la imborrable huella que dejaron en Cimavilla y, por extensión, en Gijón.

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