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Opinión

Arde sobre quemado en un rincón a dos pasos de la mayor concentración urbana (e industrial) de Asturias

Año sí y año también, la elevación asomada al Cantábrico que hace de linde natural entre los concejos de Gijón y Carreño arde por alguno de sus costados. El monte Areo es un polvorín por la falta de mantenimiento en terrenos privados y en muchos kilómetros de caminos públicos que recorren este lugar habitado por el ser humano desde hace milenios, como recuerdan los dólmenes de su necrópolis neolítica, la mayor de Asturias. Faltan fondos para la conservación y, sobre todo, falta voluntad política para poner coto a la maleza y diezmar a los incendiarios.

El susto que anoche se llevaron los centenares de vecinos de Veriña, Poago, Monteana, San Andrés de los Tacones y Serín, en el lado gijonés; y de Pervera, Guimarán, El Valle, Ambás y Tamón, en la vertiente carreñense, debería servir para reverdecer las promesas de mejora realizadas por unos y otros durante la última campaña electoral, que después el viento se llevó como hojarasca de otoño. Cuesta creer que un pulmón a dos pasos de la mayor concentración urbana de la región y limítrofe con una de las principales zonas industriales del Norte de España continúe dejado de la mano de Dios por administraciones de distinto color político. Dos datos bastan. Sigue sin haber un plan de actuación específico contra las llamas adaptado a estas pocas hectáreas arrinconadas entre El Musel, la acería de Arcelor, la Zalia y la antigua térmica de Aboño. Y tampoco se dispone de cámaras de seguridad que disuadan a los presuntos pirómanos, como las instaladas por las autoridades locales en Castiello y otras zonas residenciales para ahuyentar a los ladrones.

El monte Areo, muy cerca de donde se supone que las tropas romanas levantaron las Aras Sestianas en honor a Augusto para celebrar su victoria sobre los resistentes astures, va camino de convertirse en un amasijo de escayos en torno a la ruta jacobea del Norte, declarada patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Ni el trayecto a Santiago que cruza la cima, consagrada durante siglos a San Pablo, remueve las conciencias de quienes manejan los recursos.

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