Luis Alberto García, antiguo comisario de la Policía Nacional en Bilbao, presenta libro en Gijón: "Cuando ETA mataba a un agente asesinaba un trozo de España"
El expolicía plantó cara durante 43 años al terrorismo etarra, sobre el que arroja luz en "Memoria de Perros y Serpientes"; reivindica la memoria de las víctimas "para que no se vuelva a repetir" y denuncia "la soledad" y el "apartheid" que sufrieron los agentes de las fuerzas de seguridad y sus familias en "los años del plomo"

Luis Alberto García González. |
Luis Alberto García González (Bilbao, 1959) fue comisario jefe de la Brigada Provincial de Información de Bilbao y vivió los años más duros de la lucha contra ETA, "los años del plomo". El alto cargo policial se jubiló el año pasado, tras otros 43 de servicio, en los que la barbarie que le tocó muy de cerca, viendo segada la vida muchos inocentes, tantos civiles como compañeros y amigos del cuerpo. Ahora, tanto para "dignificar a las víctimas" como para que lo ocurrido "no caiga en el olvido", publica el libro "Memoria de Perros y Serpientes". García está presentando su obra por toda España y su próxima parada será el 6 de noviembre, a las 19.00 horas, en el Ateneo Jovellanos de Gijón.
¿Qué quiere contar en esta obra?
Los primeros capítulos los dedico a dignificar el asesinato de compañeros y a humanizar a las víctimas. En la segunda parte, trato de desmontar los tópicos de la radicalidad independentista que, a base de repetirlos, se han convertido en dogmas. La banda se desarma en 2018 y parece que ya ha pasado una eternidad: la juventud no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco ni qué ocurrió durante los 50 años de existencia de ETA, con sus 854 asesinatos, más de 5.000 heridos y 90 secuestros. Entiendo que haya gente que pueda perdonar, pero hay que evitar que cosas así vuelvan a ocurrir.
En el título del libro hace una analogía entre "perros" y "serpientes".
Es un juego de palabras. El movimiento de liberación nacional vasco nos denominaba "txakurras" a los policías, guardias civiles, militares, etc., que en euskera significa "perros"; y "txakurrada" cuando se querían referir a casas-cuartel o dependencias donde habitaban mujeres y niños. Sobre la serpiente, el símbolo de ETA es una serpiente enroscada en un hacha, que ellos denominan "bietan jarrai", "seguir en las dos", es decir, aunar la astucia de la serpiente con la fuerza del hacha.
En virtud de la portada, también aborda el papel del clero.
Sí. En aquellos años teníamos que hacer malabares para encontrar un sacerdote que nos oficiara un funeral; mientras, la foto del anverso es la del funeral de un miembro del comité ejecutivo de ETA, José Miguel Beñarán Ordeñana, "Argala", que se ofició con cuatro religiosos. Ellos sabrán, pero no es de recibo es colocar en un altar el símbolo de la banda, la foto del terrorista... Eso pasaba.
¿Cómo fueron "los años del plomo"?
Como agente lo soportabas, pero quien peor lo llevaba era la familia. Espero que algún día se haga justicia a las familias de aquellos policías que solo respiraban aliviadas cuando oían abrirse la puerta de casa. Pasaron todo un apartheid en aquella época. Hay que recordar que, a principios de los ochenta, ETA causaba cien víctimas anuales.
¿Se sintieron solos?
La soledad fue tremenda y uno de los principales problemas en los años más duros, "los años de plomo". En los años de mayor actividad nos sentimos desamparados no solo por el Estado, sino por ese apartheid diseñado allí. Por ideología o miedo, muchos evitaban relacionarse con potenciales objetivos de un atentado, tanto agentes como sus familias.
Seguramente ningún compañero del cuerpo quedó exento.
No solo compañeros, porque aunque la Policía Nacional tiene doscientas víctimas, la violencia no iba dirigida solo hacia nosotros, sino también hacia la Guardia Civil, el Ejército y los partidos políticos constitucionalistas, que sufrieron en sus carnes los atentados. Y mucha gente fue víctima porque pasaba por allí, como en la matanza de Hipercor, en Barcelona, donde murieron 24 personas por ir a hacer la compra en aquel momento.
La tensión tenía que ser terrible.
Era un ambiente asfixiante. Nadie sabía a quién podía tocarle ese día. A raíz de que la gente se empezó a concienciar a nivel nacional fue el principio del fin de la banda. Cuando ETA asesinaba a un agente no era a la persona en sí, sino a un trocito de España; mataban a un servidor del país, que era a donde iba dirigido su terror. En 43 años de profesión fueron muchos los que me tocaron de cerca. Compartí brigada con Eduardo Puelles (asesinado en 2009), promoción con Luis Samperio y Martín Martínez Velasco (asesinados en 1997 y 1988, respectivamente)... Fueron muchos. En cuanto a mí, es más que probable que en algún momento haya sido objetivo por mi condición.
¿Cómo son de cerca los etarras?
Es un mundo muy cerrado, en el que se ha sembrado el odio durante muchísimos años y que será difícil de erradicar. Son personas sin escrúpulos.
¿Hay alguna historia que le marcó especialmente?
Sí, hay una que, cuando la recuerdo, me causa serios problemas para conciliar el sueño: la de un compañero y amigo de mi promoción, Moisés Cosme Herrero Luengo. Tenía 30 años. Un domingo de 1985 fue a por la prensa y lo mataron de un tiro; lo remataron en el suelo. Iba con su hijo de tres años, que echó a correr despavorido y tardamos una hora en encontrarlo. Compraba el periódico todos los domingos a la misma hora, y fue el quiosquero quien informó de sus horarios a la banda.
¿Qué impronta le gustaría dejar con su libro?
El cerco que sufrió ETA no es consecuencia de un cambio de opinión de la ciudadanía, sino de que los cuerpos de seguridad consiguieron poner a disposición de la justicia a todos esos asesinos. Y poner en valor a las víctimas, de las que ya casi nadie se acuerda, y a sus familias, a las que les debemos tanto.
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