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Opinión

Justicia periodística

Muchas personas, quienes menos me conocen, se sorprenden cuando descubren que soy de El Llano. Allí nací, jugué y descubrí lo que significa vivir. Es mi patria chica de la que nunca me fui. En ocasiones me tocó estar lejos, en otras volcar esfuerzos en otras latitudes de nuestra ciudad o país. Pero a pesar de tentaciones y oportunidades, mi hogar está ahí.

Pertenezco a esa generación que no iba al centro de Gijón más que en aquellas ocasiones que tocaba mudarse y dar un paseo por Begoña o el muro con la familia. Una generación que hacía de las calles su lugar de recreo cuando las calles no existían. Un campo de experimentación delimitado por la Cábila, la Santina y la avenida Schulz. Que fuimos erosionando las piedras que parecían asfaltar la Avenida del Llano hasta hacerla transitable. Solares, prados, rincones secretos en las Pericones… todo era un lienzo sucio, sin orden, que nos incitaba a vivir libres por el barrio.

Fuimos testigos de lujo de la evolución de un barrio humilde y obrero, sin medios ni recursos, que vivió todo un proceso de recuperación y desarrollo al calor de los nuevos estándares de bienestar que nuestra democracia prometía. Nos llenaba de orgullo ver como iban erigiéndose nuevos edificios que nos reconocían algo que no teníamos: centro de salud, biblioteca, piscina, polideportivo, parques… hasta llegó un centro comercial que algún aprendiz de brujo vaticinó que se caería abajo. Bueno, esto último no se si formaba parte de la rumorología de la época. Fíjate, ya existían fake news en los noventa.

Lo que tengo claro es que fuimos muy afortunados. El guion que la vida nos deparaba nunca hubiera previsto que afloraría entre nuestros descampados, piedras y barro un lugar tan bonito para vivir. No sólo por los continentes de oportunidades que la municipalidad y la región se afanaron en promover, también por el contenido. Jóvenes, mayores, familias, peques, profesionales de los coles y los servicios públicos, que supieron mantener siempre la ilusión y las ganas de vivir, de convivir y compartir.

El Llano siempre ha sido un lugar de confluencia, de encuentro. Un lugar que creció a las afueras de una ciudad que fue dotando al barrio de la centralidad geográfica que hoy atesora. Si algo aprendimos en El Llano es que las historias pequeñas también merecen ser contadas.

Y hoy toca celebrar una gran noticia. El diario que tienen entre sus manos inaugura una nueva cabecera. Hace un año este juntaletras loaba el periodismo de proximidad que La Nueva España iniciaba con Gijón Oeste. Hoy no puede ser menos. No sólo por romper el ruido actual que nos absorbe y desconecta de lo que pasa a nuestro alrededor. En este caso por un principio de justicia periodística.

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