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Opinión

El Llano: un barrio con alma

Hay barrios que se llevan en la sangre, y El Llano es uno de ellos. Crecí entre sus calles, entre los juegos, las risas y los vecinos que hacían de cada rincón un mundo propio. Hoy, después de tantos años, sigo viendo aquel barrio como si lo recorriera de nuevo con los ojos de un niño.

Estas líneas no son más que un intento de devolverle a El Llano un poco de todo lo que me dio: su gente, sus historias, sus bares y sus sueños. Porque los barrios cambian, pero el alma —la de quienes los vivieron y los siguen recordando— permanece intacta.

Conocí El Llano hace setenta y tres años, el mismo día de mi nacimiento: un 29 de febrero de 1952.

El pasado martes me invitaron a escribir sobre él. Lo hago con gusto, aunque mi vista, mermada a la espera de una operación de cataratas, me obliga a escribir más con el corazón que con los ojos. Pero eso no me impide evocar el barrio que llevo grabado en el alma.

Desde que tengo memoria, El Llano ha formado parte de mi vida. En 1958, con apenas seis años, ya empezaba a descubrirlo y a enamorarme de sus calles, de su gente y de su espíritu. Un cariño que nunca he dejado de sentir y del que siempre he presumido. Soy del Llano del Medio, de la calle María Josefa, hijo de Anita y de Pin, el carbonero.

Tres Llanos y un corazón

Para mí, en aquellos años, El Llano —el Llano de verdad— se dividía en tres: El Llano de Abajo, El Llano del Medio y El Llano de Arriba. Y, por supuesto, el mejor de todos era el del Medio, donde yo nací.

El Llano de Abajo comenzaba en la calle Mieres y llegaba hasta la iglesia de La Milagrosa. El Llano del Medio se extendía desde La Milagrosa hasta la calle Ana María.

Y el Llano de Arriba iba desde allí hasta la antigua Sindical, donde el tranvía de la línea daba la vuelta. Aquel tranvía recorría buena parte de la ciudad por la llamada Avenida Azul, también conocida como la carretera Carbonera, que partía desde la antigua Sindical. Era más que un medio de transporte: era parte de nuestra vida cotidiana.

Calles, vecinos y memoria

En este barrio abundaban las curiosidades, los locales emblemáticos y los personajes típicos. Y cómo no, los grandes futbolistas que dio El Llano: muchos de ellos acabaron vistiendo la camiseta del Real Sporting de Gijón, cuando el Sporting era realmente de Gijón y de buena parte de los asturianos. Pero esa es otra historia que, sin duda, merecerá contarse algún día, ojalá con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA, periódico que siempre ha tenido muy en cuenta los acontecimientos de mi barrio.

Para los que amamos este lugar, la Avenida Azul fue siempre su arteria principal. En su margen izquierda se concentraba buena parte del carácter del barrio: la iglesia de La Milagrosa, el lavadero —uno de los últimos que desapareció en la ciudad— y el chalé de Adolfo Aguilera, abuelo materno de Miguel Cabanillas, abogado y secretario de la directiva de Plácido García Guerrero, último presidente del Sporting antes de su conversión en sociedad anónima deportiva. Una etapa que muchos consideramos un expolio, una pérdida para los antiguos socios que habían sostenido al club toda su vida.

Continuo ahora con la parte izquierda de Schulz. Allí estaba el bar La Bolística, punto de encuentro de muchas de las personas más conocidas del barrio. Entre ellas, Aguilera, que, pese a su posición económica, era uno más en las partidas de los domingos.

También frecuentaban el lugar mi padre, Valentín “el cubano”, y Antonín “el estropeado”, padre de Javier, al que todos conocíamos como el “Ja ja”, un personaje muy querido y de gran corazón.

Antonio trabajaba en Hidroeléctrica del Cantábrico y siempre fue protector de los más humildes. Ayudaba a los vecinos que tenían problemas para pagar la luz, hablabacon los encargados de controlar los contadores de la luz, y conseguía evitar muchos cortes. En aquellos tiempos, aquello era un verdadero acto de solidaridad.

Las calles de Leoncio Suárez

Pero la joya de la corona de El Llano fue la zona que urbanizóun vecino visionario, un hombre que dio nombre a seis calles con los de sus hijos: Julio, María Josefa (donde yo nací), Marcelino, Eulalia Álvarez, Pedro Pablo, Zoila y Ana María.Todas ellas desembocaban en la calle que llevaba su propio nombre: Leoncio Suárez.

Cada calle tenía unos diez metros de ancho y solares de diez por diecinueve metros de fondo, excepto Marcelino, algomás amplia, con doce. En esa calle viví mis primeros años, en una casa modesta desde cuya banqueta veía pasar la vida del barrio.

En la calle Marcelino, Alberto—conocido como Rambal—,excelente actor y, sobre todo, una persona extraordinaria, actuaba y nosotros nos acercábamos con nuestras banquetas para disfrutar de su espectáculo. Con el dinero que reunía, ayudaba a la gente de su barrio, Cimavilla. Solía cantar una coplilla que aún resuena en mi memoria infantil: “¡Huye, que viene el turco por acá! ¡Huye, que viene el turco por allá!” De él aprendí muchas cosas, y también un poco de ese amor por la gente sencilla del barrio.

La Casona y los sueños del tranvía

Enla parte derecha de Schulz estaba La Casona, llamada así porque en aquella época era la casa más grande de la zona. Se dice que allí nació Santiago Carrillo —aunque lo cierto es que sí nació en El Llano—, ese barrio del que ningún gijonés carece de un buen recuerdo.

Mis amigos y yo nos subíamos “a tralla”, como decíamos entonces, saltando al tranvía en marcha y bajando antes de que llegara el cobrador. A la altura de San José estaba el cambio de vía: allí subía uno y bajabael otro.

El tranvía era una auténtica maravilla, sobre todo en verano, con sus jardineras blancas que parecían flores en movimiento recorriendo el barrio.

Por eso, siempre he pensado que Dios debe tener en su gloria al que inventó el tranvía… y, con el mismo juicio divino, en su purgatorio al que decidió quitarlo. Porque aquel tranvía no era solo un medio de transporte: era parte de la vida del Llano, del bullicio, de la infancia y de los sueñosde un barrio que nuncadejó de moverse.

Epílogo sentimental

Con este recuerdo se cierra esta primera parte dedicada al viejo Llano, que, aunque no seael más antiguo, tiene algo especial, algo que lo distingue.

De sus calles salieron jugadores que hoy valdrían millones de euros: Montes, Novo, Pocholo, Miguel Alonso, José Manuel, HerreroII, Pepe Ortiz y Echevarría —aunque este último nació en Villaviciosa— y muchos otros que hicieron historia en el fútbol y en el corazón del barrio.

Hoy, tantos años después, sigo creyendo que El Llano no es solo un barrio: es una formade mirar la vida, con la calidez de una banqueta al sol y el rumor del tranvíaque ya no pasa, pero que nunca dejó de sonar en la memoria.

Segunda parte: El Llano nuevo

El Llano vivió una transformación espléndida, sin perder su esencia de barrio. Atrás quedaron el río Cubís —en muchos tramos al descubierto—, y el campo de los Fresnos, que todo a su alrededor era humedales, donde disfrutábamos observando las gachas, un manjar difícil de atrapar. Allí trabajaban, y trepaban a los postes de madera de eucalipto, los empleados de la Hidroeléctrica del Cantábrico, con sus botas y sus arcos de hierro para sustituir las piezas de porcelana, que nosotros, con nuestros gomeros de fabricación casera, nos encargábamos de romper. Y qué felices éramos colaborando con el camión de la basura que pasabasobre las seis de la tarde, tirando las bolsas a la caja al descubierto para que el conductor y su ayudante no tuvieran que bajar a recogerlas.

Y sin olvidarme de la famosa Cábila, donde vivían personas en muchas dificultades; equivocadamente se decía que eran gitanos. En la Cabila vivían feriantes y familias que se ganaban la vida recogiendo chatarra y artículos desechados por otras familias, que luego vendían los domingos en el Rastro. En general buena gente, aunque de vez en cuando surgían rrencillas porque cada familia defendía su espacio.Por poner un ejemplo, estaban "los Joseles", de los que yo tuve la habilidad de ser uno de sus protegidos en el barrio.

La Cabila se encontraba en la continuación de la calle Marcelino, por la que teníamos que pasar para ir al "Prau del Pintu" a robar fruta, en especial manzanas;y recuerdo a José María, el dueño, que nos esperaba con su escopeta de perdigones de sal. Por suerte, yo no los padecí, porque eraa —y sigo siendo— más cobarde, y me quedaba atrás.

Yo soy de los que creen que hay mucha más gente buena que mala, aunque reconozco que los malos resaltan más, quizá porque los que somos buenos pecamos por uno de los pecados capitales: el de la omisión. Y digo esto porque un gran hombre, José María Mori, se volcó en acabar con el chabolismo gijonés, creando una ciudad para todos. Su primera sede, muy humilde, estaba en un bajo de la calle Marcelino, a pocos metros de la Cabila; fue allí donde empezó el principio del fin del chabolismo.

Comienza el Llano nuevo

Con el paso del tiempo,comienza el Llano nuevo. La empresa Construcciones Fresno compra en subasta el antiguo Campo de los Fresnos —donde antes entrenabael Real Sporting de Gijón y jugaba su segundo equipo,el Deportivo Gijón— y levanta allí una serie de viviendas de gran calidad,como aún hoy puede comprobarse.

Por entonces, en aquella zona solo existían unas pocas edificaciones conocidas como las casas de Ensidesa: un bloque de varias alturasque, en medio de tanto descampado, parecía un rascacielos plantado en medio de una braña.

Y fue precisamente un alcalde visionario, Vicente “Tini” Areces, quien dio un nuevo impulso al barrio. Su primer gran objetivo fue acabar conlas históricas inundaciones que sufría Gijón cada vez que llovía: en la Puerta de la Villa, en la carretera de la Costa y enotros puntos cuyo nombre —por respeto a la memoriade los gijoneses— prefiero no recordar.

Con su enormevisión, plantó un “pulpo” en el Llano: el que sería el primer gran espacio comercial de la ciudad. Al principio fue muy criticado, pero aquel proyecto cambió el destino del barrio. Así nació el Centro Comercial Los Fresnos, un complejo impresionante en un lugar que, hasta entonces,carecía de muchos servicios básicos.

Allí se instaló el Prica, hoy Carrefour, aunque muchos seguimos llamándolo como antaño: El Prica.

Ese gran pulpo, extendiendo sus tentáculos, trajo consigo nuevas oportunidades y un aire distinto al barrio. Bajo su influencia empezaron a surgirescuelas de todo tipo y de gran calidad, en un lugardonde durante años solo había existido La Escuelona, dondela mayoría de los niños del Llano dimosnuestros primeros pasosen la enseñanza.

El impulsotambién alcanzó al deporte. Graciasal trabajo de un gran concejal, Daniel Gutiérrez Granda, se construyeron lapiscina, el polideportivo, el frontón y las pistas de tenis. Y con esa misma energía que parecía emanar del “pulpo”, se abrió una arteria moderna y magnífica: la Avenida del Llano, quizála más importante de la ciudad.

Fue entonces cuando el barrio comenzóa cambiar su identidad. El Llano dejó de ser solo “un barrio” para convertirse en un centrovivo, moderno y dinámico. La gente ya no bajaba los domingos a Begoñao a la calle Corrida: ahora el movimiento, la vida y la actividad estaban aquí.

Y el pulpo, no contento con todo lo logrado, extendió su sombra una vez más para crear otrosímbolo del nuevo barrio: el Parque de Los Pericones, un espacio espectacular, con un diseño moderno y saludable, que se convirtió en pulmón y orgullo del Llano.

Hoy, el barrio del Llano, sin dejarde serlo para quienes allí nacimos, vivimos y —si el destino quiere— moriremos, se ha convertido en el verdadero centro de la Villa de Jovellanos. No solo por sus equipamientos deportivos y culturales, su moderno ambulatorio o su activo centro ciudadano, sino también por su hostelería, sus comercios y un detallecurioso: en una ciudad que llegó a tener más de veinte cines, quien hoy quiera ver cine en Gijón tieneque venir al Llano.

Todo lo que digo se puede comprobar fácilmente: cojan un compás, extiendan el mapa de Gijón y tracen un círculo que abarque todos sus barrios actuales. Verán que el centro de ese círculo cae justo aquí, en el barrio del Llano. Mi barrio.

Y al final, el Llano

Quién nos lo iba a decir…aquel barrio de huertas, barro y tranvías, donde los guajes jugábamos con gomeros y las madres charlaban de portal en portal, acabaría convertido en el corazón mismo de Gijón. Hoy, donde antes se oían los carros del carbón, suenan las voces del mercado, los niños del parque y el bullicio de una vida que no se apaga.

El Llano creció, se modernizó y se llenóde avenidas y servicios, perono perdió su esencia, esa mezcla de vecindad, ingenio y orgullo discretoque siempre lo distinguió. Algunos dicen que el barrio ya no es lo que era; yo les contesto que por suerte,tampoco dejó de serlo. Cambiaron las fachadas, sí, pero el alma sigueintacta.

Porque aquí seguimos los de siempre —los que nacimos, vivimos y seguramente moriremos en el Llano— con el mismo sentimiento de pertenencia, con esa alegría tranquila de sabernos parte de algo que nos supera: una historia compartida, sencilla y verdadera.

Y por eso, cuando alguienme pregunta de dónde soy, no tengoque pensarlo: soy del Llano, del de ayer, del de hoy y, si me dejan, del de siempre.

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