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Opinión

Un niño que vio cambiar El Llano

A los niños de los 80 los referentes nos llegaban a través de las páginas de los libros más que a través de las pantallas. Es por eso que muchas tardes nos las pasábamos con aquellos tomos anaranjados que luego fueron azules de Alfaguara Juvenil. Y entre todos los personajes que este milenial que escribe conoció en los 90 uno de los que más me marcó fue Manolito Gafotas, el personaje de Carabanchel (alto) creado por Elvira Lindo. Y es que ambos éramos unos niños de barrio. En mi caso un mocoso que hacía vida casi sin salir de las calles de El Llano.

Los niños nacidos en los 80 en esa zona de Gijón vivimos el verdadero cambio de nuestras calles. Aún recuerdo a mi madre saludando cuando yo era muy pequeño a una señora nonagenaria (quizá no lo era tanto pero a los ojos de un niño era una persona muy mayor), y contándome que esa mujer vivía no hace mucho en una casa con huerta delante de nuestro piso. No habían pasado ni cuatro años y esas casas con huerto (chabolas, según algunos), dejaron paso a uno de los centros comerciales más grandes de la ciudad.

La llegada de la gran superficie no hizo, no obstante, que perdiéramos la condición de barrio. Una condición, que en buena medida, nos hizo mantener nuestra iglesia, convertida en punto de encuentro de la zona.

No era un templo bonito, ni el más accesible de Gijón. Más bien al contrario. Un sótano sin ventanas. Pero sirvió para lo que tenía que servir: juntar a un grupo de jóvenes que hacían vida por las calles aledañas, fundaban asociaciones y comenzaban a saber lo que era formar parte de una sociedad. Entre los que se “criaron” en ese sótano (permítaseme la exageración), figuran nombres que luego tendrían un papel destacado en la vida asociativa de la ciudad como los grandes Héctor Colunga en Mar de Niebla o Christian Rodil en Abierto Hasta el Amanecer. A todos nos marcaron esos campamentos Cabupasa que en buena medida se convertían en un respiro veraniego para nuestros padres y en la única manera que muchos niños teníamos de tener vacaciones.

Vivir en un barrio como si fuera un pueblo no es sencillo en una ciudad en expansión como el Gijón de los años 90 pero tengo la impresión de que en El Llano lo logramos. Un barrio es su gente. Y en eso había muy buena materia prima. Ahora la iglesia es otra, las casas de planta baja han dado paso a un centro comercial y las piscinas en la que todos dimos nuestra primera brazada tienen hasta modernas pistas de pádel. Hasta la biblioteca a la que íbamos a estudiar y a sacar información de grandes enciclopedias en la vida sin internet ha cambiado de lugar. Pero la esencia, mejorada por los que se han sumado en los últimos años, no solo permanece sino que se ha diseminado por todo Gijón.

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