Una Cabalgata mayúscula y cálida desborda Gijón: chaquetas en la mano, lluvia pero de confeti e ilusión por bandera

"Nunca hizo tanto calor", afirmaron muchos de los presentes en un recorrido que se cerró sin incidentes

Miles de gijoneses presenciaron el recorrido desde la zona oeste hasta la plaza Mayor

Confeti y chaquetas en mano para la cabalgata de Gijón, que desborda las calles con ilusión

VÍDEO: Pablo Palomo / FOTO: Juan Plaza

Pablo Palomo

Pablo Palomo

Se cambiaron los paraguas del año pasado por las pellizas bajo el regazo. Gijón volvió a desbordar sus calles para vivir la explosión de color, luz, alegría e ilusión que fue la Cabalgata de la Reyes Magos y lo hizo conviviendo con un calor más típico de una tarde de primavera que de este invierno al que aún le queda para despuntar. Con algunos rayinos de sol del ocaso difuminándose como acuarela en lienzo tras las chimeneonas de Arcelor y Aboño, centenares de gijoneses, que luego en el cómputo total fueron miles y miles, se concentraron junto al pabellón de Mata Jove para vivir la salida de la comitiva real. La felicidad de los pequeños, contagiada casi por osmosis a los mayores, fue la tónica de un desfile mayúsculo. 

"Ha hecho más calor que nunca", concluyeron muchos de los presentes por las calles para ver pasar a Melchor, Gaspar y Baltasar, unos reyes de Oriente que en Gijón se demuestran invencibles al paso del tiempo. Conservan el mismo magnetismo que en su día hechizó a los padres y que hoy sigue atrapando a los niños. A niños como Laura y Sergio Rodríguez, dos hermanos que esperaron a los Magos de Oriente en Mata Jove junto a su familia y tras una gran pancarta para saludarlos. "He pedido unos rotuladores, un reloj y un Ferrari en el que me pueda montar", dijo Sergio, absolutamente convencido de que hoy estrenará coche. Desde luego si alguien tiene magia suficiente para ello esos son los Reyes. 

Lo de las cálidas temperaturas fue algo muy comentado. Lo dijo, por ejemplo, Jesús Garrido, que de otra cosa no, pero de "la caló" seguro que entiende porque es de Sevilla. Este padre, junto a otros familiares, se quedó ayer por Gijón por el adelanto de la comitiva en tierras andaluzas. "Anda que tiene guasa que abajo fuera a llover y aquí nos haga este calor", aseguró. En cuanto a regalos, su hijo Gonzalo, tiró de casta y confesó que se pidió unos cascos para la consola "y la camiseta del Betis". De la tórrida climatología también habló María Sánchez, otra gijonesa habitual de la tarde noche del cinco de enero. "Nunca hizo tanto calor. Parece verano", afirmó. 

El mercurio llegó a marcar temperaturas sorprendentes, de 20 grados, en algunos momentos ya de noche cerrada. Eso implicó redoblar esfuerzos para muchos de los mil figurantes, especialmente aquellos con los disfraces más elaborados, con varias capas de profundidad. Pero más allá del termómetro, la Cabalgata volvió a ser la gran noche de muchos gijoneses. No solo del público, sino también de un buen puñado de míticos de esta orilla del Cantábrico que, a rebufo de sus altezas, son capaces de sacar más de una sonrisa interpretando su papel de actores secundarios. 

Uno de ellos fue, como siempre, Miguel Ángel Gutiez, uno de los chóferes reales, y otro su hijo, el técnico Viti Amaro, que un año más tomó un avión desde Canarias para ser otro de los conductores reales. "¿Esto? Esto para mí es el mejor día del año", contó Gutiez cuando la marcha iba por Príncipe de Asturias. Gutiéz, que, por cierto, en unas semanas volverá a ser "El Parrochu" en el Antroxu, demostró el por qué de sus palabras. Paró un segundo el BMW descapotable en el que iba, sacó un cucurucho de llambionadas y se lo dio a una señora que estaba sentada en una terraza muy cerca del colegio Príncipe de Asturias. 

Esta señora resultó ser Mari Paz Cuervo, una mujer de 90 años que agradeció el gesto como una niña chica. "Esto hace una ilusión tremenda. Hemos venido cuatro generaciones de la familia", dijo a grito pelado para elevar su voz por encima de los tambores de alguna de las muchas bandas que desfilaron desde el corazón de la zona oeste hasta la plaza Mayor. El recorrido, de más de cinco kilómetros y 19 calles abarcó casi cuatro horas bajo un bombardeo constante de confeti y serpentina. Y pese a la distancia y las dimensiones se hizo ameno y entretenido y supo adaptar el contenido al continente, siendo especialmente intenso en aquellas vías de calzada más estrecha como Príncipe de Asturias o San Bernardo. 

La Cabalgata fue, como aquel genial anuncio de la Coca Cola, una noche hecha a la medida de todos. Fue la noche de los los mayores, como la citada Mari Paz Cuervo; y la de los más neños, como Bruno Fernández, un bebé de cuatro meses que vivió su primer desfile en el pecho de su madre, Claudia Cortina. La de los más modernos, como los adolescentes que gritaron a su rey mago favorito con el Instagram a pleno rendimiento; y la de los más clásicos, como José Antonio López, que rodó toda la Cabalgata con una cámara de vídeo digital.  

También la de los que son de aquí, como Irene Pastur, orgullosa vecina de El Muselín y de los de fuera, como Patricia Ortiz, una colombiana que vio el desfile gracias a una videollamada que le hizo su amiga, Mireia Morales. Ella, también colombiana, justo cumplió ayer 32 años afincada en Gijón. La noche de los que saben esperar, como Cristina Álvarez y su hija Triana que hace una semana escribieron su carta a Melchor y esperaron a ayer, cuando la marcha iba por José Manuel Palacios para dársela en mano. Y de los que empiezan nuevas etapas, como el pequeño Leo García Killany, que dejó su chupete aparcado en el coche de uno de los chóferes. Señal de que se hace ya mayor. 

Y fue, entre tanta felicidad, una noche también para acordarse de los que ven la Cabalgata desde el cielo. Esto lo hizo Sara Sánchez, la hermana de Inés Sánchez, la voluntaria de Protección Civil a la que el año pasado un conductor supuestamente bajo los efectos del alcohol y las drogas le sesgó la vida en un accidente de tráfico en León. Sara Sánchez, también enrolada ahora en Protección Civil, marchó siempre a la vera de la carroza de Melchor, cuidando, como el resto de voluntarios de la agrupación gijonesa, de que todo saliera bien. 

Y cumplieron porque no hubo ningún incidente más allá de anécdotas. Sí que una paje del Príncipe Abdeladid tropezó en un bache al pie de la plaza del Padre Máximo González pero, cual torera, quiso acabar la faena y pudo hacerlo sin más problema. También llegó a la plaza Mayor sin luz alguna carroza, entre ellas la del rey Gaspar, pero ni por esas dejó de iluminar con su magia. Fue, en definitiva, una noche grande en la que más de uno hoy tendrá que tirar de caramelo de menta para suavizar la garganta después de haberse dejado la voz gritando al paso de sus majestades. Una noche mayúscula a la que solo se puede encontrar un pero. Y es que falta un año para repetirla. 

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