Esta es la historia de la iglesia de Fátima en La Calzada: punto de encuentro y foro de debate
El templo se construyó de la mano del arzobispo Francisco Javier Lauzurica y Torralba

Vista de la iglesia de Fátima. / Pablo Solares
El presente artículo trata de contar la historia, no reescribirla, eso está destinado a los historiadores, de la parroquia de Nuestra Señora de Fátima como contrapunto al posible déficit de conocimiento que se le supone a la población más contemporánea del barrio de la zona oeste de Gijón con el objetivo de ayudarla a comprender la cohesión de las cosas que existen al mismo tiempo en el mundo social que nos rodea.
La construcción del citado templo religioso se remonta al siglo XX. En el año 1959, el primer arzobispo de Oviedo, monseñor Francisco Javier Lauzurica y Torralba, erigió en Gijón, en la zona de La Calzada, una parroquia dedicada a la Virgen de Fátima, inicialmente como filial de la parroquia de la Santa Cruz de Jove-Veriña. Desde entonces ha sido testigo de numerosos actos religiosos y de diversos acontecimientos, entre otros, los de contenido socio-político como pauta de socorro a familias pobres, huelgas, obreros despedidos, colectivos marginales, etcétera. Más allá del dogma de fe de la institución no existía ningún otro dogma excluyente para quien tuviera a bien picar a la puerta de la parroquia.
Son tiempos de un posicionamiento abierto hacia la Teología de la Liberación que surge del Concilio Vaticano II, 1963-1965 (Juan XXIII) y la Conferencia Episcopal Latinoamericana, 1968 (Ignacio Ellacuría) como fenómeno crucial que incentiva a la iglesia católica a abrirse a otros mundos y a otras culturas. El sacerdocio parroquial de la Iglesia de Fátima con don José Luis-el cura rojo- a la cabeza y su sucesor José María Bardales, fue pionero -incluso diría a modo de paso- que fueron adelantados en aplicar la teoría aperturista que sacudió los cimientos de la iglesia convencional- predominantemente conservadora- negada a la reconciliación posibilista de un proceso de democracia real y de convivencia pacífica que tuviera como perspectiva la implicación social y política de la Teología de la Liberación encaminada, fundamentalmente, a sacar de la pobreza a los más desvalidos.
Este aperturismo ecuménico comprometido hacia los pobres origina en el ente parriocal un referente de entrega solidario y de acercamiento a las reivindicaciones obreras derivadas de la alta industrialización que se asienta en la zona oeste que reivindica mejorar sus precarias condiciones laborales. Esta singularidad se convierte en una especie de magisterio popular socio-religioso donde la gente se ve como sujeto activo de su propia realidad al comprobar que esa realidad se materializa de manera perceptible hacia la comprensión humanitaria como elemental factor de confesión en la Iglesia de Fátima.
La Iglesia de Nuestra Señora de Fátima fue un referente continuo, punto de encuentro, foro de debate solidario y foco cultural del barrio de La Calzada al que la gente, religiosa o no, acudía, tanto a exponer su problema, como a implicarse comúnmente en la resolución del problema de los demás.
La parroquia fue también un horizonte comprometido con las dificultades adversas de la enseñanza en el barrio hacia los años 1965 y 1967. En ese sentido, aunque, en precario, dispuso de locales como sostenimiento a la educación para adultos y para niños con comedor escolar incluido financiado por el Ayuntamiento. Conforme avanzaba la década descrita se hizo patente la necesidad de un centro estable que fijara la enseñanza media posterior a los estudios primarios dada la lejanía de los centros de ese nivel en el centro de la ciudad. La tutela de la Iglesia, a través de la parroquia de Fátima, y de su párroco – don José Luis- hizo posible el milagro.
A mi manera, en cuanto a entender el barrio y a participar de él, hay dos símbolos primordiales ligados al devenir de la cultura social-religiosa impartida desde la Iglesia de Fátima hacia el exterior; el cura don José Luis y el párroco José María Bardales y, un tercero añadido, Manuel Hevia Carriles, militante cristiano de base obrera (soldado de la Teología de Liberación) líder vecinal y el personaje más señero nacido en el barrio de La Calzada. Personas éstas que tenían el denominador común de contagiar entusiasmo a las demás al mostrarnos con el ejemplo lo mejor del rostro humano.
En lo cultural, durante las dos últimas décadas fue referencia del festival de masas corales que de manera ininterrumpida lo largo de un mes organizaba la asociación Iniciativas Deportivo y Culturales (IDC) de La Calzada con Rufino Ballesteros al frente para facilitar al plural de la población gijonesa el disfrute de los mejores grupos y voces corales de Asturias y provincias cercanas.
A inicios de 1990 la parroquia de Fátima afronta el derribo del obsoleto edificio y el inicio de construcción del actual. Como acto de colaboración, de buena fe, es de destacar que el Consejo Rector del Ateneo Obrero de La Calzada le cediera el salón de actos del centro cultural-recientemente reconstruido también- especialmente los domingos para la celebración de sus actos religiosos de forma temporal hasta la finalización de las obras del nuevo recinto religioso.
Lo que pocas personas saben es que dos o tres años antes de llevarse a cabo esa obra, el edificio parroquial se salvó del derribo parcial que planeaba el PGOU (Ronda Oeste) consistente en la reserva de viales de acceso a El Musel a través de la calle Manuel R. Álvarez. Proyecto de circunvalación, que de haberse producido hubiese supuesto el derribo de varias viviendas -margen derecha de la calle- y el frontal de entrada a la iglesia parroquial. Fue necesaria la movilización vecinal para que el proyecto no prosperase. En esa constante metamorfosis del trazado de acceso al puerto se diseña poco después (1994) la autovía a través del valle Jove (Ronda Oeste) dando lugar a uno de los conflictos más controvertidos, contestario, enconado en su comienzo y duradero que ha tomado y sigue tomando cuerpo en la ciudad gijonesa.
De todas las asociaciones culturales, deportivas, corales, educativas, de tinte religioso, etcétera, que forman el mosaico singular del barrio de La Calzada no hay que desgajar a la Iglesia de Fátima de esa singularidad tan propia como reconocida en el occidente gijonés en pro de la formación intelectual, el esfuerzo, el compañerismo, el compromiso y fe teologal como elementos fundamentales para la creatividad del barrio. Por tanto, la Iglesia de Fátima fue espacio y lugar solaz para divertirse o relajarse fuera del trabajo con el fin de compensar la cadencia armónica, con sus acentos y sus pausas, de la sociedad civil y obrera.
No desterremos la cultura de la memoria y seamos fieles discípulos de la cita de José Luis Borges:
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inquietantes, ese montón de espejos rotos”.
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