Opinión

Ignacio García-Arango y Avelino Acero

De Gijón a la Zalia pasando por las Azores

La Nueva España de ayer incluía la crónica de la reunión sobre el vial de Jove celebrada el jueves en la sede del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana (MITMA). En la foto de la mesa de las autoridades, sobre la blanca pared, vemos escritas las negras y ancestrales palabras. ¡Mane, Tecel, Fares! Palabras que significan: Mane (Dios ha contado los días de tu mandato, y ha señalado su fin). Tecel (has sido colocado en la balanza y te han encontrado falto). Fares (ha llegado tu fin).

Recemos pues también por nosotros tocan las campanas, porque la muerte de El Musel como gran puerto ya está emplazada una vez que se ha decidido ir desde Gijón a la Zalia pasando por las Azores.

Ello porque, como los puertos son un paso más en el camino donde se enlazan las cadenas logísticas de mar y de tierra para generar, a través de la industria ligada a él, el mayor valor añadido posible, un puerto desconectado de esa tierra (su hinterland) es como una cáscara vacía o una campana sin badajo.

La Calzada se librará de unos 720 camiones diarios, mayormente de tráficos limpios, 80 de combustible, 40 llenos y 40 vacíos, potencialmente peligrosos. No se librará de los otros 800 (los estudios que anuncia la prensa hablan de un total de 1.500) que circulan por ella con otros orígenes y destinos, salvo que el paso siguiente sea cerrar las industrias, comercios y servicios que los generan: o salvo que la desaparición del puerto suponga la muerte de esas empresas.

Como dice el refrán, muerto el perro se acabó la rabia. Si esa estrategia es la de la ciudad de Gijón: ¡Enhorabuena a nuestras autoridades y a todos los gijoneses!

Dicho esto, personalmente lo lamentamos, pues la vida y el crecimiento de Gijón estuvieron siempre vinculados a la rabia: es decir, a tener un gran puerto.

Como unos de los "vinculeros" actuales de Jovellanos lloramos por el fracaso de uno de sus mayores anhelos, precisamente en el momento en el que, con la apertura del Ártico, el mar Cantábrico se va a convertir en una charnela del mundo y en la puerta de Europa. Y en el que el Musel podría, por su situación central en su ribera sur y por sus calados, ejercer un liderazgo.

Espero que nuestros descendientes, al pasear sobre las cenizas de Gijón, no sufran al recordar esta nueva amargura de Jovellanos en una ciudad que a él ya no le gustará que sea llamada la suya, porque él luchó por la felicidad de unos gijoneses que, en lugar de rémoras subsidiadas, fueran capaces de ganarse la vida tras poner el bien de todos sobre las coyunturales comodidad, conveniencia e intereses de algunos.

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