Opinión

Los camiones siguen pasando

La prioridad ahora es que la inversión prometida por el Ministerio acabe en los barrios damnificados

Al despertar del sueño del vial los camiones seguían ahí.

Después de todo el guirigay y la turbamulta de los cientos de páginas escritas al respecto, de todas las infografías, de los análisis y contranálisis, de los informes de parte, de los proyectos viables e inviables, de los debates de Tiros y Troyanos, de todos los compromisos no cumplidos, de las promesas rotas, de 30 años de lucha… ahí siguen los camiones, pasando a miles diariamente por una zona urbana densamente poblada, con el consiguiente menoscabo para la salud de los vecinos del barrio de La Calzada y, lo que es peor, sin que se atisbe en el corto o medio plazo una fecha para poner fin a esta anomalía.

El vial va más allá del barrio de La Calzada. Eso no cabe duda. Basta ver que no queda nadie sin dar su opinión sobre el asunto, sin jugar a técnico o a estratega político –sin muchas miras todo hay que decirlo– nadie sin sucumbir a la tentación de establecer el relato que más pueda beneficiar a sus intereses. Se ha expandido y ramificado tanto el debate, se ha vuelto tan exuberante y frondoso en su maraña que se ha perdido de vista la causa primera que diría Aristóteles: el origen de todo, los máximos afectados, que no son otros que los vecinos que llevan décadas aguantando el paso de los camiones, algunos con cargas peligrosas a escasos metros de sus casas, siete días a la semana, trecientos sesenta y cinco días al año.

Es tan así, que, al día siguiente de la reunión en Madrid de la Alcaldesa de Gijón y el Consejero de Fomento con los responsables del Ministerio para dilucidar el tema del vial, se convocó al Consejo Social en el Ayuntamiento para informar de lo allí sucedido, pero sin invitar e incluso negando la entrada de oyentes –con no mucho tacto– a los representantes de las asociaciones de vecinos del oeste.

El tema del vial había cobrado vida propia, la criatura de repente se había emancipado, ya era patrimonio de todos, tan golosa era la causa para los intereses de unos y otros que definitivamente se la habían hurtado a los directamente afectados, a los cuales ni siquiera se les dejó asistir al sepelio y se les dio con la puerta en las narices. Todo para el oeste, pero sin el oeste. O mejor dicho, todo para ese "Nuevo Oeste" en el que nos quieren diluir a todos, esa ficción que comienza en la playa de Poniente y llega hasta El Lauredal y más allá. Estoy convencido de que pronto el oeste comenzará en la calle Corrida o donde convenga para dulcificar las espinas de nuestra tradición batalladora y contestataria. Este "Nuevo Oeste" que ahora emerge sobre barrios como La Calzada, El Natahoyo, Jove, Tremañes, Veriña donde nunca por cierto utilizamos la palabra Oeste para referirnos a nosotros mismos. Un Oeste prefabricado que amenaza con borrar nuestra memoria industrial y nuestro pasado reivindicativo que entre otras cosas construyó y dio forma a nuestras barriadas, un legado del que estamos profundamente orgullosos y que forma parte esencial de nuestra identidad.

Ahora tenemos la obligación, de volver al origen, de dar visibilidad a los vecinos directamente perjudicados, de bajar la pelota al pasto (como dicen los argentinos), nuestra prioridad tiene que ser que los camiones dejen de una vez de pasar por La Calzada, y que la inversión prometida por el Ministerio acabe en los barrios damnificados, para entre otras cosas la humanización de avenida Príncipe de Asturias.

Al acabar este artículo, por cierto, los camiones siguen pasando.

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