Opinión

Miedo

Reposan los restos de Francisco en la basílica de San Pedro, en tránsito a su descanso definitivo en Santa María la Mayor, como reposaron los de Gaspar Melchor de Jovellanos, a su llegada a Gijón desde Puerto de Vega, en la capilla de San Esteban del Mar. Recién rehabilitada, se derriba estos días el muro que durante décadas la separó de la vía pública. Y es como si esas vivencias dormidas recuperasen el aliento para salir a reivindicarse. En qué momento.

Coincide que Jovellanos, hombre brillantísimo que tanto bregó intelectual y políticamente para modernizar nuestra sociedad, hubo de probar la miel de la censura y el descrédito hasta la muerte civil. Después de brillar en altas responsabilidades, dio con sus huesos en la cárcel. Mientras tanto, la biblioteca ilustrada de su casa en Gijón permanecía sellada para garantizar el sueño de la razón.

Donald Trump ya la ha emprendido con libros, alumnado, docentes, universidades. Era de esperar, vamos anticipando las etapas del dictadorzuelo. Estremece su impúdico desprecio por el saber, además de su ánimo de aterrorizar y censurar hasta el tormento para neutralizar toda resistencia.

La escritora norteamericana de origen noruego Siri Hustvedt, Premio Princesa de las Letras, ha publicado recientemente un artículo, "El fascismo en Estados Unidos", que ha volado en redes. Es el retrato de lo que las personas inteligentes están sufriendo en ese país, atónitas y atemorizadas ante una escalada dictatorial que jamás habrían imaginado en sus vidas y las de sus hijos, amigos, vecinos.

Conmueve la sensación de desamparo que transmite ante el avance del imperio del odio. Y la valentía que demuestra, a sabiendas de que posiblemente le suponga la crucifixión personal y la quema virtual –tal vez física, no lo descartemos– de sus obras. Quizás también las de Paul Auster, su esposo. Una pareja de intelectuales de prestigio es, en el primario y obtuso mapa mental de Trump, un auténtico peligro.

Una amiga compartió conmigo el texto de Hustvedt en Semana Santa y yo lo leí en voz alta a mi marido mientras cenábamos en Burgo de Osma. Hube de repetir las palabras finales porque me recorrió un escalofrío ante la dramática llamada a la resistencia: "hablar y escribir públicamente, o en la clandestinidad si se agrava la represión, será crucial".

En ese momento, el hombre de la mesa de al lado se dirigió a nosotros. Había escuchado mi lectura y sintió la necesidad de contarnos que era argentino, exiliado en España de la dictadura de Videla. Sabía lo que era ver el mundo propio convertido en pesadilla. Pavor, huida, desgarro. Nos repetía "por favor, no tengan miedo, no tengan miedo".

Sí, hay que acudir a nuestros grandes hombres y mujeres, contemporáneos y pretéritos. Hacernos fuertes en ellos. Solidificarnos, amotinarnos. Y, si es que nos brota, tragarnos el miedo.

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