Opinión | Añoralgias

36 años de opresión

Cantaba Víctor Manuel a la Libertad con mayúscula, cuando la nuestra era una niña crecedera y él había orillado el costumbrismo de romería y paxarinos para jugar la Champions discográfica. Mal podía imaginar el nieto del minero que a la vuelta de medio siglo, la palabra libertad —que "en el pájaro, el aire, se puede encontrar"— compartiría cartel publicitario con un torero de luces presumiendo de gestión política.

"Tu nombre sirve para odiar, encarcelar, torturar o matar.

Si no guardaras mucho más, tu paso el tiempo lo podría borrar".

De descabellar no hablaba. Y se antoja improbable un maridaje del lema "2 Años de Libertad", que suena a novela de Julio Verne pero adaptada a Atresmedia, con una espalda de antracita y oro escrutando la puerta de toriles, capote en ristre. Dos años de libertad en los tendidos de El Bibio —que amenazaban ruina, advertían, pero era una añagaza— significan poco comparados con 36 de "dictadura" previa. Aquel Gijón tenebroso de entre siglos, de mayorías absolutas y coaliciones bien avenidas pero oprimido por un raro totalitarismo que en cuatro décadas y nueve mandatos de Alcaldía se limitó a favorecer la extensión de una red sanitaria pública y otra de centros escolares, la de saneamiento que no luce porque va enterrada, la de bibliotecas, una Universidad Popularísima, las piscinas y pabellones, los Servicios Sociales, el Parque Tecnológico, el PERI del Llano, la integración de los barrios obreros, los festejos, la Casa Malva, la tarjeta ciudadana, el Jovellanos, el Elogio, Los Pericones, el Botánico y el Acuario, una playa en Pando y otra en Jove, el nunca bien ponderado servicio de autobuses urbanos…

La campaña publicitaria rompedora que al término del mandato en curso resumirá nuestros dos próximos años de libertad podría incluir una chimenea industrial con filtro de humos, un mosaico de esquinas de calles sin coches mal aparcados, toda la oficina de Urbanismo vuelta del revés como un calcetín o la devolución del Sporting a 1992, sin ir más lejos. De los toros me interesa en particular el rabo estofado al vino tinto con patatines. En Casa Lucio lo preparan de llorar de emoción. Al salir te sientes libre y a la vez repleto, y remontas jubiloso la Cava Baja tarareando un pasodoble.

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