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Opinión

Aylan y Galip

Cuando la fotoperiodista Nilüfer Demir captó con su cámara el cuerpo ahogado del niño sirio Aylan en la orilla de una playa turca, no podía imaginar la conmoción que aquella imagen iba a provocar. Llevaba tiempo haciendo reportajes para la agencia turca Dogan sobre el flujo de inmigrantes en el Mediterráneo, especialmente en aquel momento procedentes de Siria. Su objetivo había retratado mucho dolor, pero aquel cuerpecito de tres años, casi echado a dormir sobre el lecho de arena, estomagó al mundo. Unos metros más allá estaba Galip, su hermano dos años mayor, que corrió idéntica suerte, al igual que la madre de ambos, Rehan. Pero Galip y Rehan, cuya imagen existe, no nos alcanzaron.

Diez años después, Gijón ha acogido el Encuentro Internacional de Fotoperiodismo de Asturias, hasta ahora celebrado en el marco de la Semana Negra pero esta vez "deslocalizado" del festival, lo que le ha permitido recuperar entidad propia y ampliar actividades. Aylan estuvo de manera indirecta, a través de la presencia de Óscar Camps, fundador de Open Arms, la oenegé de salvamento de inmigrantes en el Mediterráneo que nació precisamente por el impacto que la foto del niño produjo en su fundador. Camps tenía entonces una empresa de salvamento en la mar. Vio la foto y se imaginó estando en el sitio justo en el momento justo para salvar al crío. Llegar a tiempo para otros fue su obsesión. Ha salvado a 72.000 personas.

Va a ser verdad que contar lo que pasa hace que unas cosas sucedan y otras se eviten. De ahí la obsesión en los conflictos bélicos por controlar qué ven, a qué información acceden, qué consiguen los profesionales trasmitir después. Sucede ahora en Gaza, donde 270 periodistas han caído también bajo las bombas. Y el nuevo orden mundial que trata de dibujarse hoy, diez años después de Aylan y Galip, no sólo criminaliza a los inmigrantes, también a quienes tratan de socorrerles, a ellos y a otras víctimas. Y a quienes dan testimonio de lo uno y lo otro.

El director del Médicos del Mundo, Pepe Fernández, hablaba en el encuentro gijonés de la pérdida del concepto de neutralidad de las oenegés. Como si todas las reglas del juego se estuvieran perversamente subvirtiendo, acudir en ayuda de los más frágiles es ahora cuestionable y una intromisión. Un ataque a la cooperación que también ha dejado su cruel reguero de víctimas. Finalmente, la periodista Patricia Simón resumía así el imperativo contemporáneo: organizarnos en defensa de la democracia.

Y todo conduce a la sociedad civil. La que observa las imágenes que otros consiguen captar, se siente interpelada, se organiza. Y decide sobre protestar, ayudar, votar, consumir. Pequeños grandes poderes. Llegan tiempos de ejercerlos conscientemente. Por nosotros y quienes vienen detrás. Por el eterno Aylan, por el invisible Galip.

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