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Opinión

Borradas

Ha querido el azar que hayan coincidido en nuestra ciudad, a escasos metros de distancia, dos historias protagonizadas por mujeres: la de aquellas violentadas y enterradas en fosas comunes del franquismo y la de las abuelas de Plaza de Mayo argentinas, ayudadas por Mary-Claire King, premio Princesa de Asturias de Investigación científica y técnica, para identificar a nietas y nietos robados.

La científica estadounidense narró ayer al público congregado en el Centro de Cultura Antiguo Instituto, cómo le cambio la vida tras su encuentro con las aguerridas madres de desaparecidos en la dictadura de Jorge Videla. Su clamor no obtuvo respuesta para recuperar a hijas e hijos -ni siquiera sus cuerpos-, pero sí a sus nietos. Quién le iba a decir a King que su trabajo de laboratorio propiciaría reencuentros y reparaciones, en una suerte de justicia cósmica -donde no llegaron códigos penales y togas- para vidas arrasadas por la violencia.

Mientras tanto, en la antigua Escuela de Comercio, se celebra hasta el viernes la primera edición de Cine, memoria y género, CIME, un ciclo que les recomiendo especialmente porque combina proyecciones y conferencias para desenterrar, con la mirada y la palabra, fundamentalmente la historia de ellas. Resulta que en el mapa inabarcable de las fosas comunes del franquismo reposan también mujeres. Es de imaginar, pero el masculino genérico de la violencia, la historia desdibujándose siempre por los mismos extremos, las ha borrado. Y tienen relatos personales bien distintos, claro, pero uno común, transversal. Son, también ahí, secundarias.

Pero ellas también están, con sus zapatos de tacón, peinetas, delantales, que no se degradaron bajo tierra y acompañan sus huesos guardando mudo testimonio. Por si llega el tiempo de salir a la luz y ofrecer una pista. Ellas, por milicianas, por esposas, madres o hermanas de vencidos. Hubo violencia, fosa y un poco más de olvido para ellas.

La magnífica conferencia de la antropóloga forense Gema López en CIME diseccionó con admirable rigor, no sólo la complejidad del trabajo completo de identificar y abrir una fosa, recuperar cuerpos e historias, y reparar heridas familiares arrastradas por generaciones, sino la necesidad de pararse especialmente en lo que les ocurrió a ellas. Impactadas por más violencias, desamparadas en mayor medida, sabiendo en su último suspiro que dejaban atrás la estela desagarrada de niños ya sin padre ni madre.

Ya ven, concluido ya el primer cuarto del siglo XXI, grandes heridas abiertas -en vidas individuales, en nuestra historia colectiva- permanecen ahí, a la espera de reparación. Y hasta en el gran relato universal de la infamia, hay víctimas más enterradas, borradas, invisibilizadas que otras. Sepultadas en la cal corrosiva del silencio.

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