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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

Espantoso ridículo

Las indocumentadas acusaciones de un frívolo diputado regional sobre la "mancha" en el litoral gijonés

Parecía que estábamos ante la gran rotura del emisario aguas residuales en Peñarrubia, Gijón, Asturias, debido a la aparición de una mancha sospechosa en la playa de La Ñora y ya estaban lanzadas las campanas al vuelo. Pues mires usted, que no. La mancha era debida a un cúmulo de algas y medusas muertas, mezcladas con espuma de mar. El diputado regional de Podemos que acusó a la consejera del ramo medioambiental por dejadez no se ha metido debajo de una piedra, cubierto de oprobio y se ha quedado tan fresco. Me imagino al diputado regional Héctor Piernavieja realizando sus próximas denuncias al ritmo de Verdicio, ataviado estrafalariamente como el caricato que, en nuestro simpático dialecto local, se paseó este verano por los escenarios y tenderetes de nuestros pueblos, barrios y aldeas en fiestas.

Si se conoce que es el ayuntamiento de esta nuestra populosa villa marinera el responsable del mantenimiento del emisario de marras, ¿qué pretendía el correligionario de los aliados del gobierno forista gijonés? Acaso lo pretendido fuera que la consejería abriera un expediente sancionador al Consistorio gijonés, a la vista de las competencias de cada administración en el asunto. Ha habido apresuramiento por parte de las instancias políticas, con manifestaciones prudentes en el caso de algunos y con acusaciones bochornosas en el caso de otros.

Vivimos en una sociedad que marcha rápido. Los que ejercen la oposición quieren ser los primeros en apuntarse el tanto de una denuncia, de un fallo del gobierno de turno, pero esa rapidez de reacción tiene que estar basada en realidades, no en suposiciones o terminaremos produciendo la misma vergüenza ajena que nos provocó estos días atrás Piernavieja, el diputado podemista en la Junta General, con su infame chafardeo.

Luego estamos los demás, que debemos asistir a estos lamentables espectáculos de política rastrera como si tal cosa, al igual que tancredos, y mirar hacia otro lado para que el sonrojo no nos dure demasiado.

Sí. Lo queremos todo. Al parecer, las algas rojas, cuyos restos formaban parte de la mancha aparecida en las aguas de la playa de La Ñora, no son flora autóctona de nuestros mares y su aparición por estas latitudes se debe a la existencia de nuestros puertos, en cuyos muelles atracan barcos procedentes de todos los mares del mundo. El lamento se lo escuché a uno medioambientalistas de turno, favorecido por cierto con subvenciones administrativas para alguna de sus iniciativas. No se atrevió el cuitado a pedir la clausura de nuestros puertos de interés general, pero poco le faltó.

Hace unos lustros, leí en un periódico mallorquín que unos medioambientalistas se quejaban alarmados de la cantidad de arena que los turistas detraían de las playas baleares adheridas a su calzado y que, de continuar tal estado de cosas, se acabarían por vaciar las playas de áridos. Así se escriben y se cuentan las historias. Hacemos caso de cualquier charlatán, diputado regional, medioambientalista o chamarilero con producto infalible contra la calvicie. Siempre hay alguien al que le sobra algo: un puerto, un emisario submarino, una estación depuradora de aguas residuales o una fábrica siderúrgica. Pero todos queremos mantener el actual estado de bienestar, cada vez más tocado del ala, por cierto, y del crecimiento de nuestra economía. Por eso, deberíamos trazarnos una línea que indicara el máximo de charlatanería que socialmente es soportable y, sobre todo, que fueran los representantes públicos quienes se cuidaran, más que los particulares, quienes pusieran mayor cuidado en no traspasarla.

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