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Es cáncer

Tal vez por la honda impresión que me ha causado la muerte de un ser lleno de vida como el malagueño Pablo Ráez, cuyo legado es una legión de donantes de médula que para otros sí va a ser salvadora. Tal vez porque la campaña que nos movilizó a asturianas y asturianos, la de la niña ovetense Valeria, me tiene albergando la secreta esperanza de ayudar a un desconocido algún día, antes de que la edad me deje fuera de rango. También, sin duda, por el descubrimiento tardío de Bimba Bosé, su lucidez frente al cáncer, disfrazada de irreverencia.

Tal vez por la sensación de sobreexposición a cadenas contra el cáncer, campañas contra el cáncer, canciones, lazos, chapas, eslóganes, carreras, fotos, vídeos contra el cáncer.

Pero, sobremanera, por el efecto que todo lo anterior ha tenido sobre las personas que cerca de mí padecen cáncer. No las que tienen diabetes, cardiopatías, hipertensión crónica, que con sus riesgos e incomodidades, no se han sentido -ni nadie las ha hecho sentir- clavadas en una diana. Ni las personas en estado de buena salud que sanamente ignoran que la muerte es asaltadora de caminos en cualquier día de esos que una espera seguir viviendo toda la vida.

No, ha sido la enésima revoltura que he visto en ellas, en mis amigas con cáncer -superado, controlado, eternamente mirado por el rabillo del ojo, o sea, cáncer- lo que me ha hecho sentir que, en efecto, ya basta.

Basta de decir que se muere de una larga enfermedad, de narrar batallas ganadas? y esa última que se pierde, de elogiar la valentía con la que se hizo frente a la enfermedad. Basta de evitar la palabra cáncer para no herir, cuando hiere evitarla. Basta de fingir que no captamos la gravedad, por aliviar un miedo que sabemos justificado. Basta de la alegría por decreto cuando toca silencio, contención o espera.

Basta de enfatizar hasta el paroxismo la necesidad de estar positiva y disfrutar por obligación cada minuto de la jornada, porque hay jornadas de mierda, y justo va y llega al móvil la enésima cadena y ahora compártelo si lo has vivido y, si no, eres un seta. Y el caso es que no hay cadenas, ni chapas, ni vídeos con el legítimo hastío, ese miedo oscuro que asalta las noches, la soledad, la desesperación, las lágrimas, el corazón desbocado con los resultados del puto (perdón) análisis de los marcadores de los cojones (perdón, de nuevo) en la jodida (por última vez, perdón) sala de Oncología.

Entiéndame, todo apoyo es bueno, qué digo bueno, necesario, una obligación moral. Pero ¿y si despojamos al cáncer de tanta parafernalia?, ¿y si tratamos a las personas con cáncer simplemente como personas con cáncer, es decir, personas, al fin y al cabo, con derecho a paz en su devenir cotidiano?

Confío tanto en el buen hacer científico, en la sensibilidad de los profesionales sanitarios, en la grandeza del afecto de quien bien la quiere a una que -Ana, Julia, Leticia, Toni?- en pleno siglo XXI y a estas alturas de la vida, ¿qué hay mejor que desconectar del mundo y sus resabios, silencio, un rato de lectura, otro de buena conversación, una copa de vino y? escuchar a Camarón?

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