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El hallazgo de un importante documento sobre el ilustrado gijonés

La orden de libertad de Jovellanos

La emoción de acceder a un texto clave de la vida de Jovino

El 5 de abril de 1808 llegó a manos del capitán general de Mallorca, Juan Miguel de Vives, la real orden por la que se le mandaba poner "inmediatamente" en libertad al señor don Gaspar Melchor de Jovellanos. Acompañaba a esta orden otro escrito o "adjunto pliego" dirigido al propio Jovellanos por el que más escuetamente, si cabe, se le comunicaba su libertad. Esta comunicación al interesado fue publicada por Jovino como apéndice a su Memoria de la Junta Central, y es del tenor siguiente: "Excmo. Señor -El rey nuestro señor don Fernando VII se ha servido alzar a V. E. el arresto que sufre en ese castillo de Bellver, y S. M. permite a V. E. que pueda venir a la corte. Lo que comunico a V. E. de real orden para su inteligencia y satisfacción. Dios guarde a V. E. muchos años, Aranjuez 22 de marzo de 1808. El marqués Caballero. Señor don Gaspar Melchor de Jovellanos".

Ni qué decir tiene que este documento, que tenemos hoy por desaparecido, aunque no podemos afirmar que lo esté, es de un gran valor para los jovellanistas que miran más a cuanto atañe a la persona misma de don Gaspar que a cuanto abarca el conocimiento de los saberes que cultivó, porque a través de él supo de su libertad. Y supo también que no obtendría ningún gesto, ninguna palabra en restauración de su honor mancillado. Consideraría aquel escueto escrito, aunque estuviera firmado por la misma persona que había ordenado su prisión o por eso mismo, una nueva injuria a su justicia al no ver en él una palabra en reconocimiento de su inocencia, una palabra que desvaneciera todas las dudas y las sombras sobre la integridad de su vida.

Jovellanos amaba la libertad, y en una España dividida tomará el que él llamará partido de la libertad, pero no quería una libertad sin honor. Sabido es que elevó inútilmente al nuevo Rey, Fernando VII, una instancia pidiendo ser rehabilitado en su buen nombre y opinión pública, acompañada de las dos representaciones que había redactado en Valldemosa y que no habían llegado al rey Carlos IV y un tercer documento más, todo ello como exigua prueba documental de las vejaciones y humillaciones que hubo de sufrir durante su prisión, porque "no aspiro -dirá- al castigo de mis opresores, sino a la completa reintegración de mi buen nombre".

La erudición jovellanista unánimemente ha considerado esta notificación de la que venimos hablando como la orden de libertad dada a Jovellanos y como tal aparece en la última edición de sus Obras Completas. Sin embargo, la orden dada por el ministro al capitán general de Mallorca, que era la persona que debía cumplirla poniendo en libertad a Jovellanos; la orden propiamente de libertad de Jovino a la que acompañaba el documento que hemos venido comentando, esa ha permanecido inédita hasta este momento en que ve la luz publica este artículo.

Debió de haber quedado archivada en la capitanía general de Mallorca y hoy se conserva en el Archivo Militar Intermedio de Baleares, donde tuvimos la enorme satisfacción de tenerla en nuestras manos y leer:

"El Rey, nuestro señor, don Fernando séptimo, se ha servido mandar que el Sr. D. Gaspar Melchor de Jove Llanos, arrestado en el castillo de Belver, sea puesto inmediatamente en libertad, y le permite S. M. que pueda venir a la corte. Lo que de Real orden comunico a V. E. para su inteligencia y puntual cumplimiento, incluyéndole el adjunto pliego para que lo entregue al referido señor Jove Llanos. Dios guarde a V. E. muchos años. Aranjuez 22 de marzo de 1808. El Marqués Caballero. Sr. Capitán general de Mallorca".

Tener entre las manos un documento histórico transmite un sentimiento inefable y romántico al que pocos pueden sustraerse, una cierta sensación de estar tocando el pasado, pero este documento tenía para nosotros una especial carga sentimental, no pudimos sostenerlo sin una profunda emoción. Por eso, después de leído, cediendo a un impulso que venía del tiempo y de los siglos, o tal vez iba a ellos, lo besamos ante la atónita mirada de la señora encargada del archivo, no como se besaban antaño las órdenes reales, en señal de frío acatamiento, sino como se expresan los más hondos afectos.

Y vino luego a nosotros la imagen del viejo cascarrabias, el recuerdo de don Julio Somoza, la confesión de aquella debilidad que sintió cuando su amigo, Juan Junquera Huergo, un día, sin decirle por qué ni para qué, lo condujo a su casa y le hizo entrega de varios documentos jovellanistas que había rescatado: "los puso todos -dirá don Julio-, así restaurados ante nuestra atónita mirada y a nuestro libre arbitrio. Y ¿lo diremos? Lo diremos, sí, aunque esta emoción de nuestro espíritu, que a nadie interesa, acuse una debilidad momentánea: sobre aquellos papeles amarillentos y húmedos, sucios algunos, rotos muchos de ellos, y abandonados a las injurias del tiempo, por el olvido y la ingratitud humanas, o sus tristes destinos, posamos nuestros labios como si aquel melancólico solitario fuera de nuestra sangre, y las injusticias con él cometidas, como propias nos dolieran, y sus angustias, desfallecimientos y amarguras, repercutieran con intensa fuerza vibratoria en nuestro acongojado espíritu".

Y así, con el recuerdo del primero de los jovellanista y la satisfacción de llevar en nuestra cámara digital la orden de libertad de Jovellanos, tomamos el autobús que nos condujo a Valldemosa.

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