La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Rico

In memóriam

Antonio Rico

Pedro López contra el Test de Turing

Un profesor tan maravilloso como discreto, siempre lleno de lecciones

Ha muerto Pedro López Pueyo, profesor de Historia del IES Doña Jimena de Gijón. Y el mundo de la inteligencia artificial está conmocionado porque Pedro era un tipo capaz de poner en aprietos muy gordos al Test de Turing.

El matemático británico Alan Turing propuso una prueba, conocida como "Test de Turing", diseñada para descubrir si una máquina es capaz de mostrar un comportamiento inteligente indistinguible del de un ser humano. La prueba consiste en que un humano tiene que conversar con otro humano y con una máquina programada para generar respuestas similares a las de un humano sabiendo que uno de sus dos interlocutores es una máquina, pero los dos están ocultos y, además, la conversación sería a través de un teclado y un monitor, de forma que carece de importancia que la máquina no puede imitar el lenguaje humano. Según Turing, si el sujeto que realiza el test no puede distinguir si está "hablando" con una máquina o con otro humano, habría que concluir que la máquina había pasado la prueba y, entonces, tendríamos que suponer un comportamiento inteligente por parte de la máquina. Pues bien, hablemos con una máquina y con un humano acerca de Pedro. ¿Cómo saber si el que nos responde es la máquina o el hombre?

Es imposible. Ni la máquina más sutil nos podría parecer una máquina cuando habla sobre Pedro, ni podríamos confundir al hombre más poco dotado para la oratoria con una máquina cuando opina sobre Pedro. Da igual que intentemos describir de forma poética al Pedro profesor o que nos conformemos con lanzar tópicos archiconocidos acerca del Pedro amigo, del Pedro viajero, del Pedro amante de la buena comida o del Pedro ultratecnológico capaz de sorprender siempre con el último chisme del que casi nadie había oído hablar. Pedro fue un profesor tan maravilloso como discreto que hacía con sus alumnos lo que la primavera hace con los cerezos. Hablaba de Historia o de Arte con pasión y conocimiento, y siempre tenía en la recámara una broma, una anécdota, un vídeo, un chascarrillo que aliviaba la explicación y ataba el tema con lazos de colores. ¿Está hablando de Pedro una máquina, o un hombre? Imposible saberlo. Pedro viajaba por el mundo ligero de equipaje y con ojos tan abiertos como los de Heidi cuando miraba las nubes en los Alpes suizos. Amaba sin ostentación la belleza en general y a Roma en particular, y buscaba el saber tenazmente, como aseguraba Pericles que hacían también los atenienses. ¿Está hablando de Pedro un hombre, o una máquina? Imposible saberlo. Pedro era, en el buen sentido de la palabra, bueno. Gran conversador y enorme observador, irónico sin acritud, gracioso sin estridencias, oportuno como una botella de cava en la celebración del "gordo" de Navidad. ¿Es una máquina quien habla así de Pedro, o acaso un hombre? Imposible saberlo. Detallista con un particularísimo toque de elegancia, educado sin afectación, tan rico en sonrisas como parco en carcajadas, fumador a mucha honra. ¿Es un hombre quien así habla de Pedro, o acaso una máquina? Imposible saberlo.

Nadie como Pedro para hablar de Panteón de Agripa a los jóvenes estudiantes. Nadie como Pedro para amar a una mujer como Carmen. Nadie como Pedro para ver por dónde van los tiros de la vida, del universo y de todo lo demás. Nadie como Pedro para organizar una comida que sorprenda a los cinco sentidos. Nadie como Pedro para irse tan joven y dejarnos a todos con esta cara de tontos. Nadie como Pedro para hacer sonreír a Alan Turing, para hacernos pensar en la inteligencia de las máquinas y para que deseemos que exista un cielo para los hombres buenos, justos y alegres. Un cielo, por supuesto, con zona de fumadores.

Hasta siempre, Pedro.

Compartir el artículo

stats