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Otra maldita tarde de domingo

Dudas razonables

De cómo la retórica puede hacer cambiar la opinión sobre las cosas

Un hombre ha sido acusado de matar a su mujer. Todas las pruebas le incriminan. Se han encontrado cuerdas en el maletero de su coche, ropa desgarrada de su esposa, una sustanciosa póliza que cobraría ante su muerte y un puñado de fotografías que ha subido a Facebook desde las Maldivas junto a su amante. Todo apunta a que irá a prisión. ¿Pero qué dice su abogado defensor? "Señoras y señores, miembros del jurado. El ministerio fiscal les ha presentado abundantes pruebas que tienden a indicar que mi cliente es culpable del crimen del que se le ha acusado. Pero esas pruebas no significan nada. No sólo mi cliente no es culpable del asesinato de su esposa, sino que dicho asesinato no ha tenido lugar. La esposa de mi cliente está viva y en perfecto estado de salud. Y puedo probarlo. Son ahora las doce menos cinco. A las doce en punto esa puerta se abrirá y la esposa de mi cliente entrará en la sala". Todo el mundo se queda boquiabierto. El juez, los abogados y el jurado mantienen la mirada hacia la puerta. El reloj marca las doce. Y nadie aparece. Pero nuestro abogado sentencia: "Todos han esperado que ocurriera algo. Eso demuestra, objetivamente, que al no haber aparecido el cadáver de la mujer aún permanece una duda razonable sobre la implicación de mi cliente en el asunto".

Durante otro juicio, un político ha sido acusado de malversación de fondos. Todas las pruebas le incriminan. Numerosos testimonios han hablado en su contra, su ayudante se intentó fugar cuando la citaron a declarar, la acusación ha demostrado diversas irregularidades y el abogado defensor ha sido amonestado varias veces por el juez "ante sus intentos de confundir al jurado popular". Cuando llega la declaración final, el político se arrodilla y jura por sus hijos que no ha hecho nada. Que subirá un monte de rodillas para rezar en una iglesia, si sale absuelto. El jurado se retira a deliberar. Una joven, que dice estar cansada, apoya su cabeza en la mesa y dice estar con la opinión de la mayoría, mientras avisa que se va a dormir. Hay que despertarla cada poco. Se prodigan las sonrisas. Una mujer dice sentir pena por el encausado. A un hombre le ha gustado su penitencia. Se suceden las conversaciones banales. El acusado es declarado no culpable por falta de pruebas. Y llora, mientras invita a tomar algo a la salida.

El primero de los casos que cito es falso y puede encontrarse en el volumen "¿Me hablas a mí?" de Sam Leith, una cómica fantasía sobre el arte de la retórica judicial y el uso del logos. El segundo fue un caso real que pude ver con mis propios ojos, en el que no hubo que convencer a nadie, porque todos querían irse a su casa. Platón no confiaba en la democracia, porque veía con qué facilidad se podía hacer cambiar de opinión mediante la retórica. Pero la diferencia entre una democracia real y la mentira es que en la primera hay una educación de base para que el pueblo tenga poder en un futuro. De no ser así, continuaremos la misma senda con un nuevo electorado: si no puedes deslumbrar con tu inteligencia, desconciértalos con una estupidez.

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