A lo largo de nuestra historia siempre ha existido lo que se ha dado en llamar literatura de primera y segunda categoría, lo que en su mayoría conlleva lectores de primera y segunda categoría, cuando no lectores de contraliteratura (revistas del corazón, periódicos deportivos, etc.) o directamente aquellos que Thoureau definió como "estúpidos lectores" en su obra cumbre "Walden". La contraliteratura, por lo tanto, es zafia y perjudicial, no interesa al lector cultivado. Es, como diría nuestro reciente admirador de Arrabal, "tosca y sin fundamento". Y dicho esto, diremos que cuando Cortázar y su mujer viajaban en avión tenían la costumbre de leer la misma novela, arrancando el escritor cada hoja que leía y pasándosela acto seguido a su pareja, para que otra vez leída fuera depositada en el suelo; Gombrowicz exigía a sus amistades mantener silencio absoluto durante la crítica de sus novelas, permitiendo únicamente que se tocaran la oreja izquierda si estaban en desacuerdo con el borrador; Faulkner, que recibía en su casa cartas de todo tipo de admiradores, sólo las abría por un extremo para ver si le caía algún cheque.
Como vemos, nada de esto invita al estudio: son, en todos los sentidos, simples chismorreos, anécdotas sencillas que tan sólo buscan una leve sonrisa para aquel o aquella que se haya decidido por un determinado tipo de ocio. Por lo tanto, vemos que los autores de primera y segunda, así como los lectores de primera y segunda, así como los lectores de contraliteratura y los "estúpidos lectores" que citaba Thoureau no andan muy lejos los unos de los otros. Para terminar de convenceros de tan terrible contradicción sólo tenéis que entrar en el Twitter de Haruki Murakami y ver cosas como la que sigue: "Si sólo lees los libros que todo el mundo lee, sólo podrás pensar como todo el mundo piensa." Y lo dice Murakami.