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Riesgos de una asistencia hospitalaria muy protocolizada

A raíz de una reciente intervención de cadera realizada a mi esposa en el hospital de la Sanidad Pública asturiana que le corresponde, he comparado la política hospitalaria y la sistemática asistencial actual con la existente hace más de cuatro décadas cuando, en 1974, ingresé como novel médico residente en el Servicio de Cirugía General de la Residencia Sanitaria "Príncipes de España" (actual Hospital de Bellvitge) de Barcelona.

En este sentido, recuerdo que el Jefe del Servicio, el profesor Antonio Sitges Creus, cirujano de fama internacional, inculcaba a sus colaboradores defender el criterio del médico y el bienestar del paciente ante las directrices burocráticas llegadas de la Dirección Médica, de Enfermería o Gerencia del Hospital; objetivo actualmente utópico.

Entonces, el cirujano de plantilla actuaba atendiendo el juramento hipocrático, su rango y experiencia. No obstante, al precisar unificar la pauta de tratamiento del servicio para engrosar su casuística, surgieron los protocolos consensuados donde el cirujano perdió parte del "arte personal" implícito en su ejercicio profesional.

Durante mi trayectoria profesional, he colaborado en la redacción de varios protocolos; destacando el primer Protocolo del Principado de Asturias del Cáncer de Mama: Redactado en 1990, se diseñó como una guía sin pretender imponerlo al pie de la letra, permitiendo al médico un margen de decisión sobre su paciente porque, de lo contrario, hubiera actuado como un "robot" ignorando su propio criterio.

Ahora, tras mi experiencia hospitalaria como familiar por la intervención de mi esposa, reitero que una excesiva protocolización en una asistencia hospitalaria muy tecnificada puede repercutir negativamente en el(la) paciente. Me explico. De entrada, debo destacar la profesionalidad y exquisito trato personal del traumatólogo responsable de la sección de cadera del hospital, al realizar una intervención impecable junto a su equipo; al anestesista y enfermeras del quirófano; seguido posteriormente por la atención del personal de reanimación (sala del despertar).

Sin embargo, durante la posterior estancia en la planta, pude observar una desmesurada protocolización en la asistencia que, en ocasiones, se traducía en un trato deficiente de algunas enfermeras; limitándose a administrar la medicación, anotar en su ordenador el curso evolutivo sin mediar palabra con la paciente o, incluso peor, denegar con enorme desconsideración una petición por mi efectuada (como médico) porque, supuestamente, incumplía el protocolo de enfermería vigente en esa planta.

A mi juicio, ese tipo de asistencia con tendencia a la deshumanización no representa un avance sino un retroceso. Con este reproche, no aliento al incumplimiento de las normas de enfermería sino que deseo recordar a ciertas enfermeras de esa planta sobre el deber de ofrecer al paciente un trato más humano, sin espetar con acritud: "esto es la Sanidad Pública", para denegarle una justificada petición y, quizás, invitarle sutilmente a buscar una asistencia alternativa en la Sanidad Privada.

De ser así, como cirujano jubilado de la Sanidad Pública, rechazo esa censurable actitud puesto que, en nuestros hospitales, siempre se ha procurado ofrecer al paciente un trato humano, personalizado y compatible con los protocolos establecidos.

Finalmente, pienso que la asistencia hospitalaria del paciente debe estar sometida a una permanente actualización y mejora con la introducción de los protocolos oportunos, sin que ello implique perder una razonable flexibilidad y humanidad en aplicarlos.

En definitiva, este artículo ha tratado sobre un comportamiento inadecuado pero puntual en una planta de hospitalización, generado por cierto personal de enfermería excesiva o rígidamente protocolizado.

Ante una hipotética generalización de esta deriva en nuestra Sanidad Pública, procederían tomar las medidas oportunas para preservar una asistencia sanitaria de calidad tan humana como técnica.

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