La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La mirada jovellanista a Bilbao

El funcionamiento del matadero y del sistema hidráulico despierta el interés del ilustrado a su paso por una “villa que es población moderna”

En el anterior capítulo dejamos a Jovellanos visitando el convento de San Francisco en Bilbao, hoy ya desaparecido, y escribía a continuación en su Diario un párrafo muy interesante sobre la ciudad del Botxo: “La villa de Bilbao es población moderna; el privilegio de población o fuero o carta-puebla es del 1330, concedido por el Sr. D. Diego López de Haro, que les da el fuero de Logroño. Al lado de éste se halla el archivo de la ciudad, igualmente ordenado, aunque de menos adorno y lujo”.

En precisión habla de los orígenes históricos de la ciudad y trata el asunto de su fuero citando a Diego López de Haro.

En el ensanche bilbaíno actual, el eje principal es la Gran Vía López de Haro y en la Plaza Circular existe una estatua de casi cuatro metros, obra de Mariano Benlliure, que lo representa (1890). Estamos ante una figura fundamental de la historia de Bilbao. Veamos quién fue.

Su fecha de nacimiento se sitúa en torno a 1250. Entre otros cargos, fue mayordomo mayor del rey, adelantado mayor de Castilla, con las competencias a nivel judicial y militar que eso implicaba, o alférez de Fernando IV. Quinto en la linea sucesoria al señorío de Vizcaya, logró imponer sus intereses. Se casó en 1282 con la infanta Violante de Castilla, hija de Alfonso X y Violante de Aragón. Tras los disturbios generados a la muerte del rey Sancho IV, y con la minoría de edad de Fernando IV, se aprovecha para apoderarse del señorío que pertenecía a María Díaz de Haro, que era su sobrina. De esta intrusión viene el mote que le quedó para la posteridad, el ‘Intruso’.

Así, tras carta de privilegio, aquel pequeño emplazamiento donde ya estaban presentes la iglesia de Santiago, actual catedral, y las calles Artecalle, Tendería y Somera, se convierte en villa el 15 de junio de 1300. Apenas una década después del fallecimiento de don Diego, su sobrina María, de nuevo al frente del señorío, refunda la ciudad haciendo uso otra vez de carta de privilegio. Esto nos permite decir que Bilbao se sometió a dos fases fundacionales.

Como curiosidad cabe añadir que Diego de Haro ni nació ni murió en Bilbao y prácticamente a lo largo de su vida, apenas pasó por la población. Acabó sus días en Algeciras, en el asedio de la ciudad, en una campaña militar siguiendo al rey Fernando IV, en enero de 1310. Sus restos fueron llevados a Castilla, y fue enterrado, como dejó escrito por testamento, en el desaparecido monasterio de San Francisco en Burgos.

Tras este apunte histórico de relevancia, regresemos al recorrido trazado por Gaspar de Jovellanos y veamos que nos cuenta acerca del sistema hidráulico en la ciudad bilbaína, que cuanto menos despierta nuestra curiosidad: “ A la entrada del Consulado hay un pequeño armamento de fusiles. Detrás de este edificio hay un depósito de aguas para la limpieza de la ciudad: condúcense desde el río, tomadas de una presa que distará de la villa de quinientas a seiscientas varas por el paseo que llaman de los Caños; desde el depósito se conducen a lo alto de las siete calles principales de la ciudad, donde, saliendo por las esquinas superiores, corren por sobre ellas, y las riegan y limpian cuando se quiere; hay además grandes conductos que atraviesan cada calle, donde se puede tomar agua en abundancia en cualquiera ocurrencia de fuego. Esta policía es singular a Bilbao, y podrá ser aplicable a otros muchos pueblos que tienen río. Aquí el depósito de las bombas para el fuego, con dos bien construidas, con grandes cuellos; hay gran número de cubos de cuero muy fuerte, preferibles para el uso a los de madera, por la ligereza y la duración”.

Cita las famosas siete calles y la ingeniera hidráulica utilizada en su limpieza, que Jovellanos quiere exportar a otros lugares. Las siete calles siguen siendo corazón del barrio histórico. Ya en el siglo XIV existía este entramado viario con su trazado actual. A las ya citadas y originarias añadimos Belosticalle (calle de la Pesquería), Carnicería Vieja, Barrencalle, y Barrenkale Barrena.

Visitas sociales no faltaron en su recorrido bilbaíno, así leemos: “Visita en casa de madama Barrenechea, llamada la Brigadiera; no vimos a su hija. Eguía está en el campo. Comida en la mesa redonda; visita a Azuela y Ampuero, que nada saben de libros.”

Eso de que nada saben de los libros hace referencia a encargos de Jovellanos, posiblemente de Francia o tal vez de Inglaterra , que no estaban aún preparados. Salvador de la Azuela fue uno de los mayores cargadores de hierro y lana en la ciudad, y fundó con su hijo una compañía de comercio con un capital de dos millones de reales. Ampuero era un miembro del Santo Oficio, en calidad de comisario.

Comenta Jovellanos algo a continuación muy interesante de la vida diaria en la ciudad, en lo que se refiere al matadero y como se trabajaba en estos lugares en aquella época : “Reconocimiento del matadero, que se reduce a un edificio cuadrilongo con forma de patio, abierto en lo interior; una alberca en medio, de la misma forma, que se surte de agua por varios conductos, tomada inmediatamente de un estanque colocado a su espalda y dentro del mismo edificio, y abastecido del depósito general. La parte cubierta de este patio está solada con grandes losas de piedra, algo pendientes hacia la alberca; entre poste y poste hay su garrucha para suspender las reses muertas por medio de un torno de fierro situado a la parte opuesta de la pared interior; bajo de esta garrucha están abiertos canales en la misma piedra del solado, para que la sangre que cae de las reses corra a 1a alberca; en ésta se lavan los mondongos, y después de acabada diariamente la faena de matanza y limpia, se lava todo el enlosado, se barre y limpia por personas destinadas a este objeto, corriendo toda el agua e inmundicias a la alberca, que se vacía, se renuevan sus aguas y llena para otra operación”.

Para seguir: “No hay en esta oficina el menor olor ni inmundicia; los perros de presa están atados alrededor del estanque, y se alimentan de la sangre y despojos de las reses; por eso son tan carniceros y bravos los vizcaínos contra los toros. Más adentro está la fábrica de velas de sebo para el abasto de la ciudad: son excelentes; sólo falta que se hagan en moldes. Son de gran blancura. La carnicería está enfrente, con un patio de forma irregular, fuente en el medio y bajo el cubierto las tablas para cortar; más adelante, y tras de una celosía, la sala de los fieles celadores. Hay también grande aseo.”

Nada, como podemos ver, queda sin ser observado por nuestro ilustre viajero, y de gran valor, casi etnográfico, lo que nos cuenta Jovino en este párrafo, que nos traslada a un día cualquiera en los quehaceres de un matadero en el siglo XVIII, que no difiere en mucho a lo que hoy se hace. Es muy llamativo como Jovellanos valora la higiene de ese matadero bilbaíno y las buenas condiciones de salubridad que se perciben al leerlo. En el siglo XVII ya existía un matadero en Las siete calles, para ser más preciso, en la Barrencalle, a posteriori se trasladó, porque la demanda creció, a la actual calle Banco de España, y allí estuvo hasta 1869. Probablemente Jovellanos habla aquí del segundo.

Aquel día 17 de agosto fue intenso y sigue don Gaspar narrando lo siguiente: “Por la tarde, paseo a los Caños, a ver el repartidor de las aguas, y de allí a Nuestra Señora de Begoña, célebre santuario en Vizcaya.”

El paseo de los Caños sigue siendo hoy paseo típico de esparcimiento en la ciudad y lleva ese nombre por las tuberías y caños que desde hace 400 años transportan el agua para abastecer a los bilbaínos, desde el río Ibaizabal hasta la alberca o depósito que ya Jovellanos comentaba antes, entre calle Santos Juanes y calle de Ronda.

La visita a Begoña, mejor lo vemos en el próximo capítulo, porque sin duda este lugar tiene mucha tradición en Bilbao.

Compartir el artículo

stats