El encendido más tempranero de las luces de Navidad, sin acto oficial, dio ayer el pistoletazo de salida a unas fiestas tan atípicas como cualquier otra actividad social desde que comenzó la pandemia. Con los comercios recién abiertos después de tres semanas de cerrojazo y la hostelería con la persiana bajada por orden del Principado, los gijoneses afrontan una de las etapas de mayor consumo del año condicionados por el miedo a los contagios y por las restricciones a las reuniones, que permiten un máximo de seis personas en fechas tan señaladas como la Nochebuena o la Nochevieja. Los pequeños autónomos confían en que el próximo mes y medio se convierta en un pequeño oasis en medio de la enorme travesía por el desierto del nefasto año 2020. Y los responsables de bares, restaurantes y centros comerciales aspiran simplemente a poder retomar su actividad, con la única meta de amortiguar la brutal crisis. El Ayuntamiento, en su función de agente dinamizador de la economía, ha preparado su propio calendario, adaptado a las limitaciones del momento, con una programación en líneas generales acertada, pero no exenta de algún patinazo y que aún está por cerrar.

La iluminación de las calles y plazas de la ciudad el 27 de noviembre, antes de lo habitual (solía producirse o bien el 1 de diciembre o bien el 6 de ese mes, coincidiendo con el puente de la Constitución y la Inmaculada), es una de las decisiones municipales que ha gustado a la mayoría de los ciudadanos. Algunos la cuestionaron inicialmente, cuando se desconocía que los comercios estarían abiertos para esa fecha, al entender que suponía un derroche innecesario. Pero ahora son pocos los que rechazan el adelanto, que coincidió ayer con la celebración del Viernes Negro, tradición de origen anglosajón basada en suculentos descuentos. También han sido un acierto, a tenor de las primeras opiniones, las innovaciones introducidas por la empresa encargada de la ornamentación: el diseño de las luces del árbol artificial del Náutico, la decoración lumínica de la fachada de la Casa Consistorial, los árboles “nevados” y los abanicos del paseo del Muro, las bombillas colgantes de la plaza del Carmen y Tomás y Valiente y el modelo en 3D instalado en puntos céntricos, como la calle San Bernardo.

Las críticas han llegado, sobre todo, por la suspensión del Festival de Magia, que el año pasado reunió a 25.000 espectadores y que apenas suponía un desembolso de 30.000 euros para las arcas municipales. La pandemia no es excusa porque otros certámenes se han reinventado con diferentes formatos presenciales o telemáticos sin ningún problema. Y tampoco parece justificación que la organización corriera a cargo de particulares porque eso también ocurre, por ejemplo, con la “Semana negra” o Metrópoli. El Ayuntamiento es libre para hacer su propia planificación cultural, pero debe explicar bien sus decisiones.

La gran incógnita navideña a estas alturas sigue siendo saber qué actos habrá en torno al día de Reyes. No habrá cabalgata, por razones obvias, pero sí se han anunciado eventos alternativos, aún por concretar. Serán el colofón a unas celebraciones distintas, mucho menos sociales que en anteriores ocasiones, pero incluso más necesarias para la ciudad desde el punto de vista económico y, sobre todo, anímico.