Y llega otra pandemia. Igual de letal que las dos anteriores, pero, eso sí, mucho menos visible, silenciosa, sin avisos previos, sin ruedas de prensa ni comités de expertos. También afecta a la salud, pero a una salud que no es contemplada por nuestros gobernantes, esos que desde su atalaya nos dicen lo que va a venir, aunque en la comparecencia siguiente cambien de opinión y nos digan todo lo contrario. Esos que nos asustan y nos llenan de culpabilidad, que nos hacen responsables de todo, de los contagios, de las muertes, porque ellos están, cómo no, libres de toda culpa. Están protegidos, mimados, con sus PCR diarios, con sus decisiones arbitrarias y carentes en muchas ocasiones de fundamentos científicos. Son los mismos que nos cuentan que existe un comité de expertos que ninguno de nosotros sabe quiénes lo forman, al contrario de otros países europeos que cuentan con prestigiosos científicos luchando contra la covid-19. Es esta incertidumbre la que nos está matando, esta falta de criterios, de cohesión, este ir dando bandazos como pollo sin cabeza, este ir cada uno a su bola, sin líderes que nos hagan sentir seguros. E insisto. Esto nos está matando… no sólo el coronavirus.

Cuando todo esto pase, si es que podemos atisbar una luz al final de este eterno túnel, nos queda otra batalla. La de la salud mental. Estamos viendo que las depresiones alimentadas por la desesperación, por la inseguridad económica, por la falta de futuro, por la ausencia de aquellos a quienes queremos y necesitamos, se está cobrando ya las primeras víctimas. Son familias enteras. Padres que han visto cómo su vida, de repente, sin previo aviso, se desmoronaba, adolescentes que se ven privados de una parte esencial en su formación, las relaciones con amigos y amores, niños que no ven a sus abuelos, que los echan de menos y cuyo contacto con ellos es tan frío como las pantallas de sus teléfonos, abuelos que ven cómo les roban un tiempo que no tienen… Y a veces, por desgracia, muchos de ellos piensan que no merece la pena seguir, que no pueden seguir luchando.

Y puedo ver cada día, cada vez más, interpretando sus ojos, porque hasta sus escasas sonrisas me son vetadas, cómo la pena les consume por dentro, se instala y se hace dueña y les hace víctimas de esta otra terrible pandemia. Y para esta, para la de la patología mental, tampoco hay expertos, ni refuerzos en salud mental, no hay cifras, ni anuncios en televisión, ni comparecencias o ruedas de prensa… También nosotros estamos solos. Nosotros: los médicos del alma.