Los chigres fueron en Gijón, en los primeros años de la industrialización, un lugar fundamental en cuanto a la sociabilidad del proletariado local. Más que “antros de perversión, plaga aterradora y focos de inmoralidad”, como algunas veces eran denominados, fueron un lugar imprescindible de recreo y de ocio obrero. Pero es que además los chigres gijoneses de finales del siglo antepasado, y más tarde también, fueron locales donde se fundaron múltiples asociaciones deportivas y culturales, por ejemplo muchos coros; y sin duda fueron una academia en cuanto a la concienciación política.
En marzo de 1904, el Estado promulgó una ley que regulaba el descanso dominical. Un logro social importantísimo, sin duda. Hoy es difícil ponernos en el caso de obreros gijoneses con horarios de diez o doce horas, y de mujeres (a veces niñas) trabajando casi todo el día en fábricas y talleres de costura, o en labores mecánicas de última categoría. Incluidos los domingos.
Sin embargo en aquella España de Alfonso XII muchos trabajadores acogieron esa ley que prohibía trabajar los domingos más que como una conquista como una imposición. Por ejemplo, los chigreros de Gijón no consideraban cosa normal tener que cerrar los domingos y protestaron, protestaron mucho. En junio de 1909 (cinco años tras la aprobación de la ley) seguían abiertos los bares de Gijón y por eso el gobernador civil detuvo a varios chigreros, uno de ellos fue Restituto García, líder de La Liga, la asociación que reunía a los taberneros, y dueño de la taberna Sin Nombre. Hubo una manifestación con 1.500 personas pidiendo su libertad y Restituto escribió desde la cárcel de El Coto una carta que publicó “El Noroeste” el 22 de junio de 1909. Terminaba diciendo, “¡Viva la libertad de trabajo! ¡Que se persiga la holgazanería!”. La taberna Sin Nombre estaba en ese 1909 en la calle de Menéndez Valdés, luego pasó a la del Marqués de San Esteban.
