Los cimientos de la historia de Gijón están a buen recaudo en sus tres museos arqueológicos, dependientes del Ayuntamiento y que conforman uno de los referentes culturales y turísticos de la ciudad, incluso en estos inciertos tiempos de pandemia, gracias al esfuerzo y acierto de sus gestores desde hace 25 años, cuando se constituyó el organismo local que vela por el estudio y la conservación de los yacimientos y construcciones de la Antigüedad. El Parque Arqueológico Natural de la Campa Torres, las Termas Romanas de Campo Valdés y la Villa Romana de Veranes han logrado durante este cuarto de siglo, apenas una estrella fugaz en el universo de su presencia, ganarse el aprecio y la admiración de los vecinos y la curiosidad de los visitantes. Pero su función social traspasa lo puramente estético para alcanzar lo formativo. Pocos son los colegios de Asturias que no han organizado una excursión didáctica a alguno de estos tres enclaves y menos aún son los especialistas españoles en los períodos prerromano y romano que no han fijado sus ojos alguna vez en ellos. La tranquilidad de saber que están en buenas manos debe ser compatible con una perenne exigencia a las autoridades para que estas joyas no dejen de recibir una justa y necesaria dotación económica, aún en momentos de apretura.

La creación en 1995 de un órgano gestor de los yacimientos gijoneses fue una feliz idea municipal que tiene ahora más vigencia que nunca y que surgió con la apertura al público del yacimiento de la Campa Torres y de las termas romanas. La puesta de largo de las ruinas del Campo Valdés llegó tras más de un lustro de excavaciones, que permitieron conocer de primera mano una gran parte de los restos, descubiertos casualmente durante unas obras de alcantarillado en 1903. Aquel hallazgo motivó unas pioneras labores de documentación por parte de los estudiosos Calixto Alvargonzález y Julio Somoza, que redactaron un informe posteriormente archivado por el Ayuntamiento. Los destrozos de la Guerra Civil dejaron al descubierto las ruinas, pero su recuperación se postergó hasta la última década del siglo XX.

En ese momento, también llegaron los primeros visitantes al parque de la Campa Torres, el mayor recinto fortificado marítimo de los astures, levantado entre los siglos VI y V a.C. por cilúrnigos, habitantes dedicados a la metalurgia. En el siglo I d.C. fue romanizado y rebautizado como Noega, un nombre con raigambre en la ciudad, asociado por los gijoneses a sus orígenes como asentamiento humano. Mucho más reciente, en 2007, fue la puesta en marcha del Museo de la Villa de Veranes, en la parroquia de Cenero, el legado de un asentamiento rural de la época romana que no ha parado de ganar interés en la última década.

Estos tres enclaves son parte importante del atractivo de Gijón como destino turístico y como foros de conocimientos histórico y artístico. La celebración de los 25 años de su constitución en museos se celebra estos días en la Antigua Rula con una muestra dedicada a informaciones de periódico que recorren su trayectoria, muchas de ellas de LA NUEVA ESPAÑA. Esas páginas son la constatación de su relevancia para la ciudad. Y una llamada a mantener viva su llama.