La flexibilización de las condiciones de venta de la antigua sede de la Autoridad Portuaria para que una firma ligada a la construcción la convierta en un hotel de cinco estrellas es una operación brillante por más que haya una pandemia de por medio. Los dirigentes de El Musel consiguen dar salida a un edificio relevante de una zona preeminente que lleva demasiado tiempo con las persianas bajadas. Gijón acaricia la posibilidad de contar con un alojamiento del máximo nivel que ilumine con más fuerza su liderazgo regional como destino turístico. Y la transacción es un rayo de luz en medio del negro cielo económico del virus. El proyecto, como ya ocurrió con otros anteriormente, puede irse al traste porque las circunstancias no son fáciles, especialmente en el sector de los viajes. Pero el mero hecho de que esté sobre la mesa debería provocar una resplandeciente sonrisa colectiva.
