Cimadevilla, milenario baluarte de todo lo gijonés, necesita un plan de reactivación que le devuelva al menos una parte del esplendor que ha perdido durante las sucesivas crisis económicas y sociales de los últimos doce años. El casco histórico de la ciudad, lugar de encuentro y atractivo turístico, está inmerso en un proceso lento pero incesante de degradación por el cierre de negocios y el abandono de viviendas, entre otros motivos, debido al alto precio de los alquileres y del metro cuadrado de las propiedades sin uso en comparación con otras zonas no muy alejadas. Varias son las líneas de actuación que el Ayuntamiento puede y, en algunos casos, debe tomar para revertir este fenómeno, en estrecha colaboración con los vecinos, los autónomos y demás agentes dinamizadores. Aunque todas ellas tienen que estar engarzadas en un único proyecto global que abarque el urbanismo, la movilidad, la participación y la cultura. Los parches, la improvisación y las ideas inconexas no arreglarían la situación e incluso podrían agravarla.

Manifestación en Cimadevilla el pasado agosto | JUAN PLAZA

En el plano del urbanismo, el barrio alto precisa de algunos ajustes después de que hayan transcurrido más de tres décadas de la redacción del plan especial de reforma interior (PERI), dirigida por los arquitectos Francisco Pol y José Luis Martín. Ese documento, sumado a otro específico para el Cerro de Santa Catalina, posibilitó la mayor transformación de la zona en décadas, pasando de ser el decadente patio trasero de la ciudad a un espléndido escaparate, con actuaciones como la recuperación y reconstrucción de la muralla romana, así como la mejora de edificios emblemáticos y la peatonalización de muchas calles. Los gijoneses recuperaron entonces, no sin algunas sombras, el enclave donde se asientan sus cimientos históricos, dando inicio a una etapa de progreso, basado sobremanera en el turismo y la hostelería, que ahora da síntomas de agotamiento. La modificación del planeamiento no es la panacea, pero sí un asunto inevitable porque supone la base sobre la que construir todo lo demás.

Más avanzados están los también necesarios cambios en materia de movilidad. El Ayuntamiento ha encargado la redacción de un plan que prevé importantes novedades en un barrio muy peculiar porque la circulación está pensada en buena medida para los residentes. Más allá de la reconfiguración del tráfico, el proyecto apostará por impulsar la llamada plataforma única, es decir, por igualar aceras y calzadas, una demanda de vecinos y conductores desde hace tiempo que implicará además notables transformaciones estéticas.

Aunque sin duda el mayor reto que afronta Cimadevilla está relacionado con la actividad cultural, llamada a ser su motor económico en las próximas décadas. Despejada la incógnita sobre los usos de Tabacalera, falta ahora saber hasta qué punto el antiguo convento será capaz de dinamizar una zona alejada de los principales puntos de tránsito de la ciudad. Importante sería además resucitar el moribundo Palacio Revillagigedo, en manos de la Fundación Cajastur y sin actividades de relevancia desde hace tiempo. Otras iniciativas, como la conversión de las antiguas casamatas del Cerro en un museo de la memoria, deberían contribuir también a abrir nuevos horizontes.

Se aborde como se aborde, la recuperación de Cimadevilla es una urgente necesidad que precisa de un debate sosegado pero intenso. En ningún caso puede pasar por soluciones en el corto plazo. Y menos aun puede posponerse sine die. Cuanto más tarde se aborde, más difícil será regenerar este lugar icónico por definición.