Puede sonar a broma macabra hablar de turismo en estos tiempos donde está prohibido cambiar de concejo, con sólo 17 de los 49 hoteles gijoneses operativos y el cartel de “bulto sospechoso” sobre cualquier foráneo que ose, aunque sea por fuerza mayor, cruzar límites territoriales. Pero la vida se abre paso y los encargados municipales de captar visitantes para una ciudad que ahora está cerrada a cal y canto han empezado a mirar al día después de la pandemia, que nadie sabe cuándo es, con el objetivo de diseñar un plan. Las primeras ideas que han trascendido suenan bien porque esquivan el grandonismo de otras épocas para centrarse en metas asequibles, como potenciar el litoral. Pero el proyecto embarrancará si no tiene en cuenta que la recuperación de este sector será progresiva y que, sobre todo inicialmente, se nutrirá de los que viven en lugares cercanos y hacen excursiones cortas.
