Los cimientos del sector cultural gijonés son sólidos, aunque no irreductibles. Es la principal conclusión que se puede extraer de un ranking nacional recién publicado por la Fundación Contemporánea que sitúa a siete certámenes o entidades de la ciudad entre los 14 primeros de Asturias. La lista, relevante porque está elaborada por 472 especialistas, pero a la que no cabe atribuirle más que un valor meramente orientativo, está encabezada a nivel regional por el Festival de Cine (FICX) y en ella también figuran el Teatro Jovellanos, el LEV Festival, Feten, Laboral Centro de Arte, Danza Xixón y la “Semana negra”. Es decir, buena parte de los platos fuertes de la oferta de la ciudad se hacen un hueco en este totum revolutum que aspira a ser un instrumento para medir la calidad de la programación, aunque no todos evolucionan al alza. Renunciar a la reinvención o a la invención es la mayor tentación que deben evitar los encargados de dar vida a estas propuestas.

Más allá de los detalles de esta clasificación, un análisis de la cultura que impulsan o apoyan las administraciones públicas en Gijón se puede abordar desde tres vertientes en función de su origen. Una es la oferta que depende de instrumentos del Ayuntamiento, es decir, la Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular (organismo autónomo) y Divertia (sociedad municipal). La primera, con 12 millones de presupuesto, es la responsable directa de carteles tan consolidados como Feten, Danza Xixón, la Feria del Libro y el Festival de Música Antigua, además de ocuparse de todos los museos de titularidad local, como la Casa Natal de Jovellanos y los arqueológicos. Y Divertia, con 10 millones a su disposición, se responsabiliza, en el plano cultural, de la programación del teatro Jovellanos y del Festival de Cine. Ambos órganos comparten un mismo destino en el corto plazo: desaparecer tal y como están configurados. Uno se subsumirá en la estructura consistorial y el otro se fraccionará. De ahí que sea urgente que el gobierno de Ana González aclare cómo tiene pensado reorganizar las funciones hasta ahora ejecutadas a través de estas herramientas.

Por otro lado, se encuentran los equipamientos que corren a cuenta del Principado, heterogéneos en concepción y funcionamiento. El compromiso con ellos ha variado notablemente en función del momento político. Y a menudo se ha echado en falta una mayor coordinación con las autoridades municipales. Además, su grado de aceptación popular es muy diferente: pocos en Gijón cuestionan la función que cumple el Museo Barjola, aunque no tantos entienden el objetivo final de Laboral Centro de Arte, en parte, por una flagrante falta de pedagogía.

En tercer lugar, están los eventos impulsados por entidades privadas gracias a convenios con las administraciones. La “Semana negra” es el ejemplo más paradigmático, replicado con matices por otros certámenes más ligados al espectáculo puro y duro. Este sistema de financiación ha sido puesto en entredicho en numerosas ocasiones, pero siempre ha contado con el respaldo ciudadano.

Todos estos condimentos forman el gran cesto de la cultura que depende del dinero público en Gijón (complementada con loables iniciativas privadas, como el Evaristo Valle). El modelo está de sobra consolidado, pero urge actualizarlo porque la pandemia ha provocado un antes y un después que afectará de lleno a las ideas y los públicos. Para eso solo hay un camino: garantizar el adecuado reemplazo de los profesionales que dieron con la fórmula del éxito e incrementar la colaboración entre las administraciones.