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Maribel Lugilde

Sardi y la memoria

El Antroxu convertido en su avatar salva la fiesta para la historia

Sardi me representa. Creo que nunca me he identificado tanto con la sardina gijonesa del Antroxu como este año, 2021. El que iba a ser el del desquite y está siendo el de la prórroga. Y no una cualquiera, de esas de echar los restos para hacer la remontada.

He vivido nuestro Antroxu en juventud disfrutona, explorando la delicia de ir camuflada siendo yo a ratos y, a ratos, otra. En maternidad militante, llevando a rastras a piratas, payasos, trogloditas, quijotes, templarios, tigres o superhéroes. En madurez plácida y contemplativa. Pero ninguno como éste en el que hay que buscar pistas de la fiesta como quien busca atrapar un Pikachu. Sólo es posible a través de la pantalla.

La sardina reinaba en la calle y esta vez se ha hecho fuerte en la red. Me llegan post y tiktok de ella, confinada –enlatada– como nunca pero pícara como siempre. Hay que reconocerle una capacidad de adaptación, resignación y brío que, en el fondo, emulan lo que todas y todos venimos haciendo en esta distopía que va para el año. Resistir, cediendo parcela a parcela nuestra vida de siempre a cambio de recuperarla. Paradójico pero cierto.

Por eso, siento que este Antroxu que es sin ser, está siendo fundamentalmente al servicio de la memoria, como un testimonio privilegiado de un tiempo de zozobra. Un anclaje nemotécnico. Al que volver desde la futura normalidad. Y contar que lo vivimos deseando apurarlo, no con la prisa de la pasión sino con la premura del sufrimiento, estirando al límite el ánimo.

Pelayo transmutado en Mafalda, Octavio Augusto en un escanciador zurdo estrafalario, son sólo dos declaraciones oficiales de intenciones perdidas en un mar de mascarillas apresuradas. Lo demás es Antroxu en streaming.

Nuestras vidas siguen en barbecho, y lo que solía ser simplemente no ha sido –la Feria de Muestras, la Noche de los Fuegos– o se ha vuelto una entelequia –la “Semana negra”, la Feria del libro, el Antroxu– fundamentalmente para comprometerse con que será.

Sea como sea, me sirve. Lo es todo, una promesa de normalidad. Y agradezco cada niño y niña disfrazados –Iván de neandertal, Valeria de pulpita–, cada escaparate, cada adorno aislado, las charangas en diferido.

Por eso la Sardi, más que nunca, este año me representa. Su desconcierto transformado en arrojo, su humor enlatado y su pacto con el presente para hacer de puente entre el pasado y el futuro. No será nuestro Antroxu, es una suerte de avatar. Pero es el deseo de que lo sea. Y eso ahora mismo lo es todo.

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