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Iván Pérez del Río

Herencia envenenada

La llegada de Pablo González a la presidencia del PP de Gijón

La dirección regional del PP de Asturias ha tomado finalmente una decisión respecto a Gijón bajo el amparo y la tutela de Génova. En mi opinión, una decisión cortoplacista que solo piensa, de forma fallida, en el próximo congreso regional. La lideresa asturiana de los populares quiere tener las aguas tranquilas para ese cónclave y necesita la plaza de Gijón para asegurarse una victoria sin sobresaltos.

A Pablo González se le nombra presidente, pero con condiciones, con una junta local hecha por otros y con el disenso de al menos dos de las facciones mayoritarias en Gijón. Los que se sienten traicionados por el nuevo presidente no se ahorrarán intentos de torpedear no solo la nueva presidencia, sino también la propia permanencia de Pablo en cargos públicos. Los que sencillamente están en contra de su nombramiento o sobre la idoneidad para presidir el partido, seguirán en el barco, pero sin hacer mayor esfuerzo de brazo.

Una vez más, se cometerá el mismo error que con Marín. Se depositará toda la responsabilidad en el presidente y se convertirá, una vez más, en “cabeza de turco”. Se le exigirá “integración”, que en Gijón haya paz, y un largo etcétera de condiciones para las que no hay voluntad por ninguna parte.

Aquellos que en la actualidad ven la opción congresual como lo más óptimo, se plantearán esta presidencia como algo transitorio y como el enemigo a batir de aquí a esa cita electoral. Quien se lleve las manos a la cabeza por la función circense que seguirán protagonizando los populares gijoneses navega entre la ingenuidad y la hipocresía.

Si las elecciones municipales fueran dentro de dos meses, se entendería la solución aportada por la dirección regional. Después de las elecciones se convocaría un congreso local y se daría paso a un nuevo tiempo. Así ocurrió en 2003 después de la dimisión de Martínez Oblanca. La situación actual es muy diferente. Para las próximas elecciones aún quedan dos años y es necesario una dirección local con el aval de la gran mayoría de afiliados y un presidente/a con la verdadera libertad de poder nombrar a su propio equipo. La misma libertad que tuvo Casado para rodearse de los suyos y no integrar de forma deliberada a otros con valía mucho más probada.

Hoy lo óptimo hubiera sido un congreso local. Un congreso reñido, dividido, con diferentes posturas... Con dos años por delante para sanar heridas, para sumar, para integrar lo integrable. Lo propio, lo ideal y lo característico de cualquier democracia. Dudo del valor demócrata y liberal de quienes esperan un congreso “limpio”, con todo “atado”. Tendrán justo lo contrario.

Quien acepta una herencia tan envenenada y con tantas facciones en su contra debería ser consciente, a riesgo de equivocarme, de que está grabando en vida el epitafio de su carrera política. Todo sea por la presidenta, por el congreso regional... ¿Y los afiliados? ¿Y Gijón?

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