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Eduardo Viñuela

Crítica / Música

Eduardo Viñuela

Un recital de sentimiento romántico

Pocos periodos conocidos de la historia de la música abarcan tantas vertientes como el romanticismo. No es fácil definir como corriente estética a un movimiento que abarca más de un siglo y se manifiesta en países muy diferentes y a través de formas muy dispares. Sin embargo, si algo parece caracterizar a la música romántica es su obsesión por la expresividad y su entrega a la emoción y a los sentimientos. Lo pudimos comprobar el pasado jueves con un recital en el que sonaron dos lenguajes muy distantes en el tiempo: un Beethoven aún con impronta clásica y un Chaikovski monumental en el ocaso de sus días, pero ambos marcados por un evidente carácter romántico y plagados de recursos expresivos. Una lástima no poder escuchar al pianista Nikolái Lugansky, que tuvo que cancelar su actuación en el último momento, pero que también propició la ocasión para volver a disfrutar de Javier Perianes, quien supo imprimir el aire adecuado al “Concierto para piano y orquesta n.º 3” de Beethoven. Su entrada en el “Allegro con brio” estuvo marcada por la fuerza y la determinación. Supo jugar acertadamente con el tempo en la articulación, contraponiendo pasajes más livianos a otros que avanzaron con el peso de los retardos. Todo transcurrió con fluidez, dando espacio a la expresividad del solista que facilita la suspensión del compás en la parte final del movimiento. En el “Largo” se impuso una atmósfera melancólica y destacó la perfecta compenetración con la orquesta, mientras que en el “Rondó“ final volvimos a observar en Perianes el brío y la capacidad para cuidar los matices sin perder fuerza ni determinación. La ovación fue cerrada y mereció una propina a ritmo de vals.

Con la “Sinfonía n.º 6 en si menor” de Chaikovski desapareció el piano y creció la orquesta. La OSPA se mostró en pleno esplendor en una de esas obras con amplio colorido tímbrico que exige entrega a todas las secciones. La sinfónica respiró a una, exhibiendo compenetración y equilibrio. Destacó el primer movimiento, sin duda lo mejor de la tarde; un inicio grave marcó el clima de la obra y hacía avanzar una célula melódica que pasa por diferentes secciones sumando colores. En su desarrollo, la OSPA desplegó sus recursos expresivos para lograr dormir el tema en un letargo, reviviéndolo a continuación de manera súbita y con un estrépito para imprimirle un carácter épico haciéndolo avanzar con peso. En pocos minutos la obra pasó por climas muy diferentes con transiciones exigentes, y la orquesta respondió con facilidad en todo momento, con un Perry So diligente y preciso que confirma su buen entendimiento con la OSPA.

El particular compás del segundo movimiento no restó elegancia a los aires de vals con los que discurría el tema. En el tercero se impuso la velocidad, el diálogo entre secciones y la contundencia de la percusión y el viento metal. Mientras que en el excepcional adagio final reinó una calma poco habitual en el cierre de una sinfonía; la obra parece apagarse, dando paso a un silencio que fue muy largo en el Jovellanos. La merecida ovación también se prolongó varios minutos.

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