La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Nuevas epístolas a “Bilbo”

Tiempo de descuento

Sobre el final de la vida

Un presunto amigo, enterado de mi jubilación, me suelta a cara de perro que ya estoy en tiempo de descuento. No te ofendas. La expresión “a cara de perro” connota crudeza, falta de consideración, ausencia de delicadeza. Nada que ver con tu cara bonita. A lo que íbamos, “Bilbo”. El muy cabrón se atreve a pronosticar, con pretencioso gracejo, que la muerte me acecha pronta.

Casi que agradezco la salvaje sinceridad del supuesto amigo. Me permitió reflexionar sobre la incomodidad que nos produce el abordaje de la muerte. No pensamos en ella ni, mucho menos, hablamos de ella. Vivimos a sus espaldas, como si no nos afectara, como si nos resbalara. Vivimos como si no fuéramos a morir nunca, aunque la Parca merodee permanentemente en nuestro derredor. Sospecho que a ti tampoco te preocupa asunto tan escabroso. Pues te diré que existen teorías (poco fundadas, al parecer) que sostienen que un año de perro equivale a 7 años de humano. De ser cierto, eso significaría que cuando alcanzares los 10 (vas para 7), tendrías 70 años, los que yo cumpliría. Es decir que, si envejeces más rápido que yo, a marchas forzadas según las teorías de marras, palmarás primero.

Si a ti no te importa el postrer finiquito, a mí, menos. El filósofo Fernando Savater escribe algo con lo que me identifico, algo así como que no desea ni teme morir, que no le espanta o asusta la muerte, que tampoco la ansía, que solo la espera estoicamente. No sé a ti, pero a mí me conforma y conforta tal disposición del ánimo.

Otra cosa bien distinta es el reconcomio que nos apremia, nos acosa cuando alcanzamos una edad provecta; una especie de resquemor producido por el sentimiento de fugacidad de la vida, junto a una sensación de inutilidad o a una percepción de vacuidad de nuestra existencia. Ocasión tendremos de hablarlo. Ahora, al provecho de la atención que, casualmente, tus tensas orejas me prestan, te leo en voz alta unos versos, que ni pintados, del poeta donostiarra Karmelo Iribarren:

“De la forma más natural, / como quien se descubre / las primeras canas, / un día / te miras al espejo y te das cuenta / de que la fiesta / se ha terminado para ti, / de que ya no hay sonrisa / improvisada que valga, / capaz de camuflar semejante desastre, / de que, sencillamente, amigo, / la vida -sí, la vida- / te ha pasado por encima, / y tú sin enterarte. / Un día, / cualquier día, te das cuenta de todo / -de la trampa, del fraude-, / lo ves escrito ahí, en tu rostro, / pero ya es tarde”.

Compartir el artículo

stats