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Raúl Suevos

Sin espacio para la tercera España

Hoy es día de análisis apresurados en la prensa tras los “históricos” –dos de cada tres suelen ser históricos para los tertulianos– resultados de las elecciones madrileñas; más adelante llegarán los estudios detallados a cargo de sociólogos, pero también de psicólogos, y puede que hasta psiquiatras. Lo mío es más pedestre, un poco como los jubilados que observan y critican los trabajos públicos en las calles de nuestras ciudades; un repaso basado en la edad más que otra cosa.

Ha sido una campaña electoral terrible en la que el nivel, o quizás habría que hablar de desnivel, de la descalificación personal y la violencia verbal y física ha alcanzado simas nunca antes vistas. No había programas ¿o sí? Quizás entre el ruido resuene algo de bajada de impuestos por parte de la ganadora y de acercar la administración al administrado del lado de la segunda clasificada, pero era tanta la baraúnda que dudo que muchos se hayan enterado.

Las elecciones madrileñas, cuyo estatuto impone que en dos años se repitan, lo que las hace más incomprensibles, no han sido constructivas; desde su misma convocatoria tenían como objetivo, de unos y de otros, cargarse al contrario. Se pusieron sobre la mesa corazones, hígados, riñones, todo tipo de vísceras, la tradicional casquería de la que es tan aficionada la gastronomía de la capital que, en esta ocasión, se cocinaba a fuego vivo, buscando abrasar al contrario. Un tipo de campaña que, por desgracia, es muy probable que cree escuela y quede como referente para el futuro. En fin...

Fascismo, comunismo, sanchismo, franquismo, todos los ismos aparecieron... para unas autonómicas. Y parece razonable que, con tanta pasión en juego, ahora se quieran cobrar los réditos. Algunos ya están pagando –se veía venir– como el profesor Iglesias, que agotado en tiempo récord su crédito, abandona la política. A otros, como el doctor Sánchez, les querrán también cobrar, aunque el letrado Casado no tenga méritos logrados para ello. Pero repercusiones habrá, hasta en Cataluña, probablemente.

Otra perdedora es España, o al menos aquella Tercera España que reclamaba don Salvador de Madariaga, aquella que, de amplio espectro y extensión para él, tenía como vocación y destino histórico evitar que las Dos Españas se enzarzasen a garrotazos, como ocurrió en el 36, cumpliendo una fundamental misión de apaciguamiento y enlace entre dos formas de ver la construcción y desarrollo de la nación.

Ciudadanos, en esta ocasión encabezada con un Edmundo Bal que ha sido, para casi todo el mundo, el más correcto de los contendientes, se ha quedado con un 4% fuera de la asamblea madrileña, lo que es una pena para él, su partido, Madrid y España.

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