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Isabel Menéndez Benavente

Tormenta de ideas

Isabel Menéndez Benavente

Operación bikini

Sobre los dulces y las dietas para poder entrar en los pantalones

Mientras les estoy escribiendo, el sol brilla fuera y como siempre me está pidiendo a gritos que me deje acariciar por él. Esto implica bikini y repaso a las lorzas que he ido acumulando a lo largo de este aciago año. Porque no solo lo hemos pasado todos muy, muy mal, sino que a nuestras cuitas se une el hecho de que, en los confinamientos, (y digo los, porque para mí han sido varios) he aprendido repostería. Y ya se sabe.

Al inmenso placer que siento cuando hago las tartas de tres chocolates y luego me la zampo absolutamente entera, se une el peso del día después, es decir un kilo entero y verdadero. Y kilo a kilo, vas llegando a un tope que la báscula te grita y que pensabas que nunca ibas a llegar. He llegado. Y con un sacrificio absolutamente inhumano me he puesto a dieta, con lo que se acaban, los dulces, mojar en salsa, y absolutamente todo lo que me vuelve loca. La tortilla de patata, las patatas fritas, el arroz con leche, la fabada… en fin. Todo lo que merece realmente la pena. Porque la vida sana que quieren, no va conmigo. No me gustan las verduras, ni la fruta, ni el pollo a la plancha, que me van a salir alas, con lo que una dieta como la que llevo, es una sentencia condenatoria. Y, así pues, llevo la friolera de dos meses en los que he bajado menos de dos kilos, todo esto, pasando las de Caín, porque aquí el padre de mis hijos no se priva de comer lo que le apetezca, algo que es normal, porque de todos es sabido que, para colmo, los hombres adelgazan solo con pensarlo (otra de las muchas ventajas de las que disfrutan) con lo que cuando ve que su barriguita aumenta ligeramente, se quita el pan un día, y oiga, que bajó un kilo. Y mientras tanto, yo sigo con esta condena para poder entrar en la ropa que en un alarde de entusiasmo me compré el año pasado, con cinco kilos menos, y que por supuesto ahora no abrocho por mucho que me lo proponga. Esos pantalones son mi cruz. Los pruebo una y otra vez, y me digo a mí misma que falta poco, pero sé que solo me estoy engañando, porque los bombones helados me tentaron tanto ayer, que me metí tres entre pecho y espalda con la inmensa pena de saber que la venganza de la báscula sería implacable, como así ha sido. El pecado de ayer se ha traducido en recuperar el kilo que tanto me costó bajar este mes… en fin. Que casi, casi me apetecía que hoy diluviara y no les hubiera escrito aquí mis penas y mis dietas.

Ustedes me perdonarán, pero hoy no tenía el cuerpo para indultos. Si acaso, la semana que viene.

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