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Pablo Vázquez Otero

El Jovellanos más etnógrafo

El recorrido por Tolosa, Legorreta e Isasondo permite al ilustrado gijonés realizar una detallada descripción de la fisonomía y vestimenta de los vecinos y el estilo de sus casas de labranza

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El Jovellanos más etnógrafo

Aquel viernes 26 de agosto de 1791 Jovellanos salía de San Sebastián, y como vimos en el capítulo anterior se acerca a Hernani donde conoce su iglesia parroquial, con el marqués de Iranda, que le acompaña, y observa el sepulcro de Juan de Urbieta, personaje que había hecho preso al rey francés Francisco I en la conocida batalla de Pavía en 1525.

El Jovellanos más etnógrafo

Todavía, antes de cerrar el día 26 Jovellanos, que va de regreso a Tolosa para dormir, nos cuenta algún detalle más, veámoslo: “Quedó el caballo a curar y tomé uno de alquiler con un mozo. Buen camino; carros con calce de cuatro buenos dedos de ancho, y llano, con clavos grandes y otros pequeños; algunos carros dobles o pegados uno a otro por medio de una vara, y ambos cargados de vena o lana; llegada a Tolosa al anochecer; visita de Samaniego, que reside en la hacienda de Juramendi; graciosísima conversación. Nos recitó algunos versos de su Descripción del Desierto de Bilbao, dos de sus nuevos cuentos de que hace una colección, todo saladísimo; estuvo hasta las diez dadas; nos instó mucho a quedarnos mañana para comer con él. Ha escrito de educación; su mujer está en Valladolid y quiere que yo la vea allí. No estamos en la posada nueva; era día de arribo de la diligencia, y estaba ocupada con huéspedes; la que nos aloja es limpia y bien asistida; buena cena y camas”.

Casi anocheciendo, y tras cambiar de caballo, llega a Tolosa, pero antes de retirarse a su posada visita al ya citado en anterior capítulo, Félix María de Samaniego, el gran escritor famoso por sus fábulas y moralejas. Fue un encuentro muy ameno, al menos eso se extrae de la lectura de este fragmento.

El día 26 finaliza allí, en la posada tolosarra, pero el día 27 comienza bien presto y nuestro ilustre viajero, nos da una deliciosa y pormenorizada descripción de las mujeres y hombres guipuzcoanos, y de cómo vivían y dónde. Es un fantástico texto etnográfico con el que nos deleita don Gaspar, y dice así: “Salida de Tolosa a las seis; niebla y frío; buen camino a la derecha del río; se pasa y repasa por dos partes, y sigue hasta el lugar de Alegría; algunas casas grandes y buenas; muchas fraguas en que se hacen...; continúa el buen camino a Legorreta, buen lugar, y a Isasondo. Todo este camino estaba lleno de gentes que iban al mercado de Tolosa con comestibles; los hombres visten camisa bien limpia, calzón de lienzo o paño, justillo atacado sin mangas, de bayeta o estameña; una chamarreta con ellas, al hombro o en el carro, y nunca puesta; albarcas o alpargatas, con peales de márraga negra, con listas blancas, o al contrario, que, vueltas en espiral y atadas con correas hasta cerca de la rodilla, hacen buena vista. En la cabeza sombrero o montera achatada en lo alto (más atrás vimos alguno con gorra flamenca, tejida, resto de los antiguos bonetes). Las mujeres con justillo; en mangas de camisa; medio pañuelo al pecho (que es, por lo común, escaso); saya de bayeta o lienzo pintado, mandil de esto o de telilla de Bearne negra y encarnada, a cuadros, de graciosa vista; en la cabeza, pañuelo blanco extrañamente atado. Son de regular estatura; algunas muy altas, ágiles y limpias, aunque no me parece serlo tanto como las vizcaínas. Las casas de los labradores son harto grandes: el piso inferior sirve para los ganados, el principal para las personas, el alto o desván para guardar los frutos; alguna vez tienen otro más para aves, pichones o gallinas, según creo. Sigue el camino, con el río a la izquierda; más allá alturas; vega bien cultivada a la derecha, cercada también de alturas, y éstas bien plantadas”.

Lo dicho, deliciosa descripción, donde Jovellanos, una vez más, nos lleva a través de su pluma a su época.

Prosigue el camino de nuestro viajero y pasará por Villafranca, pero también menciona otras personas y lugares: “Villafranca: gran pueblo; muchas y grandes casas nobles; todo bien reparado; saliendo de aquí se halla luego un puentecillo por donde se va al camino de Pamplona; siguiendo el nuestro, encontramos al ministro de Pamplona y al marqués de Castelfuerte, que volvía allá, de Vizcaya; corta detención con ellos. Empieza el calor; sobrevienen algunas nubes que le templan; lugares de Beasaín, Ormaiztegui, Zumárraga. Aquí detención a comer. Posada regular; comida escasa, pero limpia. Acebedo sabrá si es barata”.

Jovellanos había salido de Tolosa, y su camino le llevaba a pernoctar en Vergara, a unos 42 kilómetros. Pasaría por Alegría, Villafranca de Ordizia, Beasain, Ormaiztegui, Zumárraga, Antzuola y Vergara. Pero en el fragmento dice que se encuentra con el ministro de Pamplona y el marqués de Castelfuerte, veamos quienes eran.

El mencionado ministro sería seguramente Andrés Santa María y Mortela, que formaba parte de una institución fundamental del Reino de Navarra, la Cámara de Comptos, o lo que es lo mismo, tribunal especializado en temas de hacienda. Su función era recaudar impuestos, controlar el patrimonio real y acuñar moneda. Esto fue así entre 1524 y 1836. Todavía hoy, en la actual calle Ansoleaga de la capital pamplonica, se conserva el edificio con claras trazas góticas en su construcción.

El marqués de Castelfuerte que se encontró Jovellanos también era un personaje importante en la época, se refiere a José María Magallón y Armendáriz, IV marqués de Castelfuerte, y VII marqués de San Adrián. El título de marqués de Castelfuerte fue concedido por Felipe V a José de Armendáriz y Perurena, capitán general de los Reales Ejércitos y virrey del Perú, en junio de 1711.

José María Magallón, fue educado en Vergara y París, y formó parte de las élites ilustradas teniendo amistad con Cabarrús, Moratín o Goya, por tanto amigos comunes de Jovellanos. Se le posiciona siempre afín a los llamados afrancesados, de hecho fue chambelán y maestro de ceremonias con José I. Esto hizo que la Junta Central lo declarase “fuera de la ley”, y estuvo exiliado en París y Burdeos. Con el Trienio Liberal regresa a España y entrará a formar parte de la Orden de Calatrava hasta su muerte, en Madrid en 1845.

Escribe lo siguiente, a continuación: “Lugar de Anzola a la legua, rico e industrioso, poblado todo de artistas de lana. Aquí se trabajan las márragas o estameñas gruesas, que sirven para peales, mantas de caballo y otros usos, y se consumen en las tres provincias. Es gusto ver cómo en una parte se lavan las lanas, aquí se cardan, allá se hilan, se tejen, etc. Esto debe producir gran riqueza. Hemos hallado una buena fábrica de teja y ladrillo; hay otras aún más grandes en la provincia, que también vimos; se trabaja en ellas con mucha aplicación y aseo”.

Dato clave sobre Antzuola el que nos da Jovellanos, su tradición curtidora y peletera. Y es que precisamente fue en 1790 cuando nace la curtiduría de Laborda, que sería la que dio inicio a esa tradición hasta mediados del siglo XX, cuando alcanzó el máximo esplendor. Otras curtidurías además de Laborda, fueron las de Hijos de Tellería y Galarza Hermanos y Arbulu. Antzuola constituye un caso especial en Guipúzcoa, y la actividad peletera fue la base y el sustento vital de muchas familias de esta población.

Y finalmente llega a donde tenía previsto para cerrar el día, nos dice así: “mal aspecto de Vergara; buena, aunque pequeña plaza. Fuimos al Seminario: todos fuera, al juego de pelota; todos los muchachos en él. Mañana se verá todo. Convite para comer. Cita para mañana; buena cena, y a la cama”.

Cierra Jovellanos el día 27 de agosto llegando a pernoctar en Vergara. Allí le esperaba una importante visita a su seminario que ya nos anticipa en este último fragmento, y es que este lugar fue una importante inspiración para sus propios proyectos, plasmados en el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía. Así pues, y ante esta premisa, lo que acontece al día siguiente lo vemos en el próximo capítulo.

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