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María Domínguez

Cosa de niños

Dejemos a los pequeños ser lo que son

El bebé rechaza la teta, ¿qué nos dirá la matrona? El niño no pronuncia bien la erre, tenemos que llevarlo al logopeda. El niño no come bien, consultemos a un nutricionista. El niño escribe al revés, será una posible dislexia. El niño está por debajo de su percentil, vamos a ver qué dice el pediatra. El niño sigue mojando el pañal, ¿es normal? El niño no gestiona ni controla emociones, ¿habrá psiquiatría infantil en el centro de salud? El niño se hace adolescente. Bien criado a biberón, tiene una estatura de 1,72, no enseña pañal, pero sí los slips de última moda por encima de su vaquero. Pronuncia a la perfección las palabras rabo, rollo, rabia y Rihanna y pide perras para salir con los amigos a tomar algo en una terraza, el lugar donde dice gestionar mejor sus emociones. Me sorprendo mirando a ese niño que fue y no sé cuándo dejó de serlo. Ahora echo de menos la forma en que abrazaba la tetilla del biberón y cuando decía: “Mami, ¿vendrá hoy el “gatoncito” Pérez?”.

Echo de menos las notas que escribía manchadas de chocolate y que me costaba trabajo descifrar, el peso de los pañales cuando se despertaba. Echo de menos que la profe me diga que empujó en la fila y que en el comedor tiró migas de pan al de enfrente. Echo de menos que se meta en mi cama porque siente miedo. Echo de menos sus besos, sus grafitis en la pared del salón, la habitación en plan tsunami y el olor a Nenuco. Echo de menos al niño, a mi niño, aquel que me pedía tiempo y no especialistas. Ese que llegaba del cole y solo quería Nutela y sesiones de cosquillas. Echo de menos al niño que plantaba semillas de lechuga y las quería ver crecer al momento, el que dejaba siempre abierto el tubo de pasta de dientes y se pasaba las tardes descolocando lo que yo colocaba.

Echo de menos el cuento de “Los tres cerditos”, rezar cuatro esquinitas y un azote en el momento preciso. Echo de menos al niño, aquel por el que tanto me preocupé, el que me robaba horas de sueño y me las devolvía al despertar. Lo echo de menos a él, al bebé que rechazaba la teta y no pronunciaba la erre. Al que no comía bien, escribía al revés y mojaba el pañal. Echo de menos al niño que no crecía y creció. Cuando miro a aquel niño, ahora ya adolescente, le doy gracias por haberme hecho sentir madre. Y hoy, que sigo mirándolo, me asusta que sea yo la que quiera dormir a su lado. ¿Tendré que consultar con un profesional? Confío en que, al igual que a él se le pasó, se me pasará a mí. Pero una cosa tengo clara: nunca, nunca dejaré de mirarlo. Él siempre será “mi niño” y yo su madre, su mejor “especialista”.

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