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Maribel Lugilde

Diez de libro

Innovación educativa, profes “motivaos” e inhabilitaciones

La Universidad de Oviedo quiere atajar el mercadeo de trabajos fin de grado hechos por encargo, mientras ansía la presencialidad para evitar que se copie o se cuente con ayuda en pruebas telemáticas. En la misma línea están Ministerio de Educación y consejerías autonómicas –también la asturiana– porque la brecha digital ha devorado la motivación de niñas y niños aislados en sus hogares sin tecnología. La enseñanza presencial ha demostrado –por la pasiva, cuando la hemos perdido– ser insustituible. Una lección al sistema.

Sobre el terreno y desde siempre, todo profe anhela que su alumnado no aprenda para aprobar su asignatura, sino porque se apasiona por sus contenidos, sin obsesión por la nota. Que aprenda a aprender y desarrolle esa curiosidad que activa la búsqueda de respuestas. Incluso a aquello que no las tiene. Así avanza el mundo. Por quienes no se conforman.

Es la educación para la transformación y no para el conformismo de la que habló el pedagogo brasileño Paulo Freire. Y su “inédito viable”: emprender lo que parece imposible. El maestro de maestros desnudó en el siglo pasado las almas de profe y aprendiz, y llegó a la esencia. Nada ajeno a lo que hoy se debate en nuestra educación: ¿y si nos focalizamos no tanto en currículums maratonianos como en la pasión por el conocimiento, las competencias para la vida?

De estos asuntos esenciales –adelantados por los clásicos– se puede reflexionar en las tertulias pedagógicas dialógicas organizadas en Asturias por “De aula a aula”, grupo de “profes motivaos” (adoro el término, lo copio-pego de mis alumnos) entre los cuales se halla Yván Pozuelo, doctor en Historia y profesor de francés, autor del sugerente ensayo “Negreros o docentes”. Quizás hayan visto estos días su caso e imagen en medios de comunicación asturianos y nacionales. Porque se encuentra en riesgo de inhabilitación.

Asisto con estupor a lo que, en mi opinión, es una auténtica paradoja. Por supuesto que la administración educativa ha de velar por la calidad de la enseñanza. Pero han ido a dar con las sospechas a un profesor con vocación de mejorar –con fundamento, no con veleidades– el sistema. Su generosidad con el diez parece ser el escollo. Justamente la cicatería con él es de lo que yo más me acuso como docente. Por qué lo reservamos tanto, a la espera del diez perfecto, el diez de libro. Nuestra obsesión acaba siendo la del alumnado, desde la ESO a la universidad.

Me duele el penar de este profesor vocacional y me pregunto qué mensaje se lanza a quienes no se conforman, arriesgan, innovan, critican constructivamente. Cuando el futuro es dialógico o no será.

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