La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Isabel Menéndez Benavente

Tormenta de ideas

Isabel Menéndez Benavente

Normalidad

Balance del último curso

He pasado todo un curso escolar, de septiembre a septiembre, en este año diferente, difícil y traumatizante en el que cada semana me he reunido con ustedes. He tratado de comunicarme y sentir que de alguna forma ustedes están al otro lado de estas páginas de papel (o de la pantalla), leyendo todo lo que he sentido y vivido a lo largo de estos doce meses. Sé que no siempre he sido positiva. Mi trabajo, supongo, tiene mucho que ver con esos sentimientos. A veces la imposibilidad de llegar a solucionar la pena ajena, se instala como una pena más en mi alma. Y es que cada vez resulta más complicado porque esta pandemia no solo se ha llevado muchas vidas, sino que también ha roto el equilibrio mental de muchos de los pacientes que se acercan buscando una razón para seguir adelante y soy yo quien debe proporcionársela. Por eso, a veces me pueden las lágrimas de los adolescentes, la de los padres que luchan por sus hijos, la de los ancianos que han visto cómo se esfumaba un año de una vida que ya no está para desaprovechar. Por eso, a veces, más de las que me habría gustado, me he sentido impotente, frustrada, rendida.

Pero todo tiene un lado positivo. Nada hay que me esperance más que volver a verles a ustedes, a mis lectores, sabiendo que por fin, al menos en la calle, podremos comunicarnos emocionalmente y sonreírnos, porque estamos, gracias a Dios, a cara descubierta. Todo parece nuevo, maravillosamente diferente a este año que hemos sufrido. Cada nueva restricción que se levanta la viviremos como una gran victoria. Cada abrazo que no hemos podido dar hasta ahora será como un regalo maravilloso. Cada beso, esos que hemos guardado, será como un tesoro para ofrecerlo a aquellos cuya ausencia hemos llorado tanto estos meses. Ver cómo mi nieta pequeña por fin me reconoce es la mayor de las alegrías, la misma que siento cuando me echo en la cama junto a la mayor, abrazadas hasta que el sueño la vence, por fin, después de tantos meses. Volver a ver a mi hijo pequeño, tras casi un año de ausencia, hace que quiera aprovechar cada minuto en el que los reúno junto a mí. Supongo que todos hemos aprendido que vivir al día, sin pensar en el mañana, es la única forma de encontrar una felicidad que nos ha sido difícil alcanzar en esta tragedia. Hemos recobrado la ilusión por aquellas cosas que dábamos por supuestas. Y eso, creo, es algo bueno, algo positivo, la lección que la vida nos ha dado. Y por eso, tras este año, les dejo durante dos meses sin mis reflexiones, que todos necesitamos descansar, y ustedes también de mí. Espero que, a partir de ahora, todo lo que les cuente en septiembre sea maravillosamente normal. Esa normalidad que tanto tanto añoramos.

Compartir el artículo

stats