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Raúl Suevos

El final de la mascarilla

Los gijoneses siguen con cubrebocas

Era este pasado sábado el gran día, el del fin de la mascarilla de protección frente al covid. El día que significaría un antes y un después en la lucha contra la pandemia; un hito más de los anunciados desde que el bicho se instaló en nuestras vidas.

Esta nueva frontera en el avance contra la epidemia venía envuelta en las necesidades siempre crecientes y apremiantes de la política nacional, cada día más extenuante. Tanto es así que el anuncio presidencial llegó de la mano del transcendental –en sentidos diversos y no concurrentes según los actores políticos– indulto gubernamental a los condenados por el intento de golpe de estado.

La parte correspondiente a la mercadotecnia política se cocinaría, supuestamente, en los fogones del señor Redondo, a quien se le adjudican todas las salsas desde hace algún tiempo, pero le correspondía la parte expositiva a la ministra Darias que, no sé si mal asesorada o porque ella es así, ofreció una declaración que, creo, pasará a la historia de lo que no se debe hacer en comunicación pública. Tan blanca era la sonrisa de sus dientes, tan melifluo –en su acepción negativa– sonaba su otrora dulce y cadencioso acento canario, que uno no podía evitar acordarse de la reina bruja ofreciéndole la manzana a la bella Blancanieves. Qué horror.

El caso es que el sábado salí a la calle intrigado por el efecto que la entrada en vigor –cabría decir desvigorizante pues no anulaba sólo disminuía su amplitud– de la directiva sobre el empleo de máscara tendría sobre el personal en Gijón y confieso que, desde la puerta mi sorpresa fue mayúscula ante la respuesta que la gente daba a la ministra.

Por el centro, el uso de la mascarilla era prácticamente total, de modo que, paseante sin destino ni premura, me dirigí al Muro, lugar amplio –mucho más con el “cascayu”– y siempre bien aireado donde, en plena hora vermutina, el gentío era apreciable. Y allí, prácticamente lo mismo, con la salvedad de algunos marchadores que, aún así, la llevaban en la muñeca o a modo de barboquejo. Era como si la comunicación del Gobierno no hubiese existido. Hasta una temprana pandilla de despedida de soltero hacia muestra de un honroso 50% de uso que, presumiblemente, iría decayendo con el paso de las horas.

¿Será el peso de la variante india? ¿Habrá tocado techo la capacidad de embaucamiento del doctor Sánchez? Son muchas las preguntas que a uno le vienen ante la respuesta ciudadana, que los noticiarios dicen que lo fue a nivel nacional, pero, una vez más por desgracia, me parece que el gobierno no lo está haciendo bien.

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