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Nuevas epístolas a “Bilbo”

Declaración final de amor

Mirarse en la soledad

Ya sé que los poetas no te molan, “Bilbo”; que desprecias, por cursis, las manifestaciones engoladas; que rehúyes las caricias empalagosas, los mimos a destiempo; pero presta atención a esta proclama postrera de amor que saqué de un escritor desconocido. Te gustará.

Quizá te quiera por el desparpajo. Quizá. No lo sé. No estoy seguro. Quizás encuentre razones y pasiones en tu osadía. Quizá. No lo sé. Quizá no te quiera y el presunto cariño que te profeso sea un espejismo o un síndrome de estricta admiración. Quizá. No lo sé. Quizás ese atrevimiento, la audacia que despliegas habitualmente no constituya temeridad en tu caso, sino arrestos para cantarle las cuarenta al lucero del alba. Quizá no esté de moda la franqueza, la resolución valiente, la firme determinación de dar la cara contra normas y leyes que hipotecan los cuerpos, las vidas, la libertad. Quizá no andes a la última. Quizá desdeñas resguardarte tras los paripés que se fraguan en los salones municipales del protocolo o detrás de intrincadas redes sociales y te manifiestas a voces y pateas la calle y blandes pancartas analógicas y esgrimes siglas seculares. Quizá seas una rebelde a la antigua, demodé. Y te quiera. Propongo que te juegues a los chinos la solución de todas las incógnitas o que dejes solventar las dudas al azar del pétalo final. Que tú decidas la fórmula que disuelva esos quizás. Que tú decidas.

Nos quedaremos a solas, te lo advierto, y tendremos que aprender a mirarnos de nuevo, de ahora en adelante con las gafas puestas. Nos rodearán sombras, ausencias, vacíos terroríficos. Dormiremos con los teléfonos móviles debajo de las almohadas. Los lazos que nos unen se teñirán con el agua escurridiza de los océanos, cuyo salitre convertirá nuestros dedos en llagas escocidas. Los rescoldos de la ternura se apagarán a todo trapo. Los copos de avena del desayuno te sabrán a nieve sucia, como a veneno explícito me sabrá el tabaco en ayunas. No dispondremos de tiempo para soñar porque los sueños se agostaron en el transcurso de los años, se consumieron sin darnos cuenta. Las criaturas engendradas cuando éramos dioses se afanarán en la búsqueda de paraísos ficticios, disfrutarán del derecho que les asiste a explorar territorios de leche y miel, elegirán, aunque no lo sepan, senderos inevitables. Mientras tanto, la casa se nos inundará de pábilos en combustión, de llamas temblorosas, de penumbras, de silencios, de soledades. Un escenario, conocido e inédito a la vez, que se preñará de renovadas fatigas, de rutinas rancias, de reproches latentes, en escondido; el baluarte tras el que nos parapetaremos, abrazados, a la espera de sucumbir por extrañamiento, aplastados por las horas finales.

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