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Filippo Priore

Por libre

Filippo Priore

Criminales sin perdón

Sobre el crimen de La Coruña

En una sociedad en teoría civilizada como esta en la que vivimos y tratamos de convivir las personas de bien, es imposible encontrar explicación a que puedan tener cabida sucesos violentos como el que el pasado fin de semana, le costase la vida a un joven de 24 años en La Coruña. Algunos de los detalles que han trascendido de la brutal y fatal agresión, a pesar de encontrarse la investigación de los hechos bajo secreto de sumario, ponen los pelos de punta. Ante de la similitud de los hechos, resulta inevitable no recordar lo que sucediera hace ahora casi cuatro años en nuestras calles, con el salvaje y cobarde ataque por parte de unos desalmados a Germán Fernández, quien a día de hoy sigue todavía sufriendo las graves secuelas de una noche que se suponía iba a ser de fiesta con sus amigos.

Precisamente no hace mucho que hemos conocido el que, por fin, el juicio que habrá de dictaminar sentencia contra los cuatro acusados de su agresión, comenzará a finales de octubre. La Fiscalía ha solicitado para ellos penas de cárcel que irían entre los doce y catorce años. Lo único que llegados a este punto se puede pedir, después de tanto tiempo transcurrido (demasiado), es simple y llanamente que se haga justicia. Ésta sin embargo, nunca será suficiente para compensar el irreversible daño ocasionado a Germán, no sólo en aquella fatídica madrugada, sino durante todo el calvario que ha tenido que padecer desde entonces, consecuencia de un sistema judicial que de cara a muchos ciudadanos que no entendemos de complejas leyes sino de puro sentido común, a veces pueda pecar de un exceso de rigurosidad y celo, transmitiendo con ello una imagen distorsionada que induzca a algunas personas a creer que pudiera amparar más a los culpables que a los inocentes.

Y es que son demasiadas veces las que hemos visto cómo unos asquerosos criminales sobre los que no debería jamás existir clemencia de ningún tipo, se salen de rositas o con condenas muy inferiores a las que merecerían por sus execrables actos, en base a los clásicos atenuantes de sobra conocidos por todos: estar bajo los efectos del alcohol, drogas... Unos eximentes que, al contrario, según mi modesto entender, deberían considerarse como agravantes.

No puede haber ya consuelo para los familiares y seres queridos de Samuel, que así se llamaba el joven enfermero cuya vida se ha visto truncada por escoria que merecería pasar el resto de sus vidas detrás de unas rejas. Pero que su pérdida sirva al menos para volver a hacernos reflexionar sobre esa violencia desmedida que amenaza cada vez con mayor frecuencia en degradar nuestra condición humana. Especialmente entre nuestros jóvenes.

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