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Eduardo Viñuela

Exhibición de naturalidad y capacidad comunicativa

Andueza y “La Galanía” celebran una década musical con sus grandes éxitos

En la música académica, pocas veces se valora la interpretación de un músico por su actitud y su capacidad de comunicación en el escenario. Quizás sea el rígido contexto formal que marca el protocolo de los recitales, quizás la interpelación al disfrute intelectual más que el corporal o la poca atención que se presta a una cualidad fundamental en cualquier espectáculo de cara al público, que es la capacidad de transmitir y empatizar con el público. Sin embargo, cualquier concierto es un acto de comunicación, y cuando quien lo protagoniza sabe manejarse en el escenario con soltura la sintonía entre artista y público surge de manera instantánea.

Exhibición de naturalidad y capacidad comunicativa

Raquel Andueza lleva una década pisando escenarios junto a La Galanía, y el oficio le otorga esa naturalidad de la que hace gala tanto a la hora de presentar las piezas como a la hora de abordar cada pasaje o de desplegar la gestualidad adecuada en cada momento. Su pasión por la música barroca se respira en cómo habla de su repertorio tratando de hacer accesible al público cada pieza, en cómo vive la interpretación y se esmera por imprimir afecto a cada instante.

El del pasado jueves era un programa configurado con la selección de piezas que realizaron sus seguidores en las redes sociales, un concierto que reúne sus grandes éxitos y que alterna a partes iguales obras del barroco español e italiano. Las pasiones dominan la temática de muchas de estas obras, y los oxímoron entre amor y odio o placer y dolor rigen el afecto de una música que exige una interpretación capaz de transmitir esas contradicciones. Andueza lo hizo con naturalidad, sin aparente esfuerzo y cuidando la inteligibilidad del texto. Destacaron en este sentido dos piezas de Monteverdi, “Perché se m’odiavi” y “Si dolce è’l tormento”; esta última emocionó especialmente al público, y un sincero “bravo” dio paso a una prolongada ovación.

La canción “Sé que me muero” del francés Lully y la nana “Oblivion soave” de la ópera “L´incoronazione di Poppea” de Monteverdi también destacaron; en especial esta última, por las prolongadas notas tenidas y el desvanecimiento de la voz en la cadencia final. Entre las piezas españolas brillaron las zarabandas, con ese aire de baile popular, desenfadado y con letras que abundan en metáforas subidas de tono. Andueza también quiso reconocer el trabajo de recuperación que el musicólogo Álvaro Torrente está realizando con este repertorio. Quizás la pieza más interesante de la tarde fue precisamente la zarabanda “Una batalla de amor”, que sonó como propina y puso el broche perfecto al recital.

Andueza ya había estado en navidad en el Antiguo Instituto con un programa de nanas y villancicos, y para el concierto del jueves había agotado las entradas hacía días, lo que dice mucho del aprecio que se le tiene en la ciudad. Sin duda, esta celebración de su primera década de trayectoria fue una acertada elección para cerrar los conciertos de esta edición del Festival de Música Antigua.

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