La inversión de mil millones de euros que anunció hace unos días ArcelorMittal para su factoría de Gijón, en un acto que contó con la presencia del presidente del Gobierno y de los máximos responsables de la multinacional, es el principio de una nueva era para la historia de la siderurgia en Asturias, que aleja de un plumazo los nubarrones negros que empezaban a formarse sobre ella debido a las desordenadas políticas de descarbonización de los últimos tiempos. El plan, que se podrá ejecutar si las administraciones públicas aportan la mitad del cuantioso desembolso, tiene dos consecuencias directas: una drástica reducción de las emisiones contaminantes y una pérdida de la producción que, previsiblemente, implicará menos empleo. Aunque la conclusión es una: la planta de Veriña no solo sobrevivirá sino que se convertirá en un referente de la que algunos han llamado “nueva reconversión industrial”, que busca combinar el crecimiento económico con la sostenibilidad. No iniciar este camino supondría única y exclusivamente precipitarse hacia la desaparición.

Esta certeza es de por sí una magnífica noticia para Gijón. Porque, con esta multimillonaria inversión, la ciudad se garantiza la continuidad de la principal multinacional con sede en su territorio y renueva su condición de locomotora económica de Asturias. Además, la transformación de la acería cumple a la perfección con los parámetros europeos de la descarbonización e implicará rebajar a la mitad la polución que genera la fábrica y que sufren, especialmente, miles de vecinos de la zona oeste de la ciudad y de Carreño. Y la inversión implica un chute de optimismo a nivel local en esta procelosa etapa del coronavirus, marcada por una profunda inestabilidad que daña la confianza de la sociedad en su conjunto, con perniciosos efectos sobre el progreso.

La obra que ArcelorMittal acometerá en sus instalaciones es, además, un prodigio desde el punto de vista técnico. Supondrá el cierre del horno alto A y uno de los dos sínter en los que se prepara el mineral del hierro y, en paralelo, la mutación de la acería con un horno de arco eléctrico que le dará mayor capacidad, así como la construcción de una planta de reducción directa de mineral de hierro que alimentará el futuro horno eléctrico de Gijón y también los que ya están en funcionamiento en Sestao. Los trabajos se prolongarán durante más de tres años y medio, generando durante ese período varios nichos de empleo.

Con estos datos sobre la mesa, es difícil no compartir la satisfacción que ha levantado el proyecto entre las administraciones y la patronal. Sin olvidar que la cuantificación de la pérdida de empleo, como ya han solicitado los sindicatos, debería hacerse lo antes posible para elaborar una planificación sensata que amortigüe su impacto social y económico. Y que la elevada factura eléctrica española sigue siendo un enorme obstáculo para la gran industria de la ciudad y del resto de Asturias.