Los datos de visitantes de los ocho museos dependientes del Ayuntamiento de Gijón durante el primer semestre de este año, desvelados hace unos días por LA NUEVA ESPAÑA, tendrían que ser el punto de partida para una reflexión, sin prisa pero sin pausa, por parte de los gestores municipales encaminada a reconfigurar los objetivos de estos espacios fundamentales para la ciudad de cara a un escenario pospandémico (con todas las cautelas que requiere este término). En esta tesitura, supondría un error de bulto centrarse únicamente en la pérdida de afluencia con respecto a la media de la última década porque está condicionada, en gran medida, por las restricciones que ha impuesto el virus. Pero sería igualmente una torpeza mayúscula que los responsables políticos se quedaran de brazos cruzados, culpando de todo a circunstancias exógenas, eludiendo cualquier análisis y no preparándose para la nueva realidad. Esta labor, obviamente, recae sobre la Alcaldía, sobre la concejalía del ramo y sobre la Fundación Municipal de Cultura, organismo autónomo que haría mal en dejarse ir a la espera de quedar subsumido en la estructura consistorial, de acuerdo a los planes del gobierno local. Y cualquier movimiento debería ejecutarse sobre la base de que Tabacalera abrirá en dos años largos como el contenedor de referencia a nivel local, pero sin que esta novedad se use como pretexto para eludir cualquier otra acción.

En la gestión de los museos, como dice el clásico, no es bueno contar solo personas, pero las personas cuentan porque una de las principales funciones de estos lugares, sino la principal, es difundir y promocionar la cultura entre todos los sectores de la sociedad. Y los registros son claros: de enero a julio, los ocho equipamientos municipales sumaron 55.154 visitantes, muy lejos de los 137.673 del primer semestre de 2019, previo al coronavirus, y por encima de los 37.490 registrados en ese mismo período de 2020, en lo más duro de la crisis sanitaria, con confinamiento incluido. Pero detrás de estos números, se esconden muchos matices. El más importante es que la subida de este año está impulsada exclusivamente por el yacimiento arqueológico de la Campa Torres y la Ciudadela Anselmo Solar (el Museo del Ferrocarril también crece, pero porque estuvo cerrado al inicio de 2020 por obras), dos centros que se han favorecido de que su oferta mayoritariamente se exhibe al aire libre, con menos riesgo para los contagios. Por contra, las Termas Romanas, la Villa Romana de Veranes, el Pueblo de Asturias, el Nicanor Piñole y la Casa Natal de Jovellanos sufren pérdidas de afluencia. Muy significativo es el descenso en estos dos últimos centros, los de Bellas Artes. Y especialmente acentuado en la Casa Natal, que está celebrando estas semanas su 50.º aniversario con diferentes actividades. En este caso, sería un ejercicio de cinismo por parte de los gestores atribuirlo todo al covid porque la tendencia viene de lejos debido a las múltiples carencias del edificio y a que, sin rodeos, el Ayuntamiento no tiene claro qué hacer con él.

Precisamente la reordenación de la colección de arte municipal, en buena medida sin exponer a expensas de la apertura de Tabacalera, es una de las grandes asignaturas pendientes de la política cultural gijonesa, que también debe hacer frente a una reconfiguración de espacios y a una renovación de la oferta que impulse las inercias positivas ya consolidadas y corrija los desajustes. La pandemia no puede ser una excusa sino más bien un revulsivo para diseñar la estrategia del futuro.