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Matías Vallés

Sánchez las ha visto peores

El tránsito del Presidente por la senda de lo inverosímil que le catapultó a la Moncloa

Por acuciante que sea una situación, siempre hay que recordar que Pedro Sánchez las ha visto peores. El error más frecuente de los analistas consiste en aplicar al presidente del Gobierno los criterios estándar, omitiendo que el inquilino de La Moncloa ha regresado del infierno. Por ejemplo, una pandemia transcurrida dormitando en el cocoon familiar es la experiencia más catastrófica jamás imaginada por el español medio. En cambio, al líder socialista lo ha «reactivado». Le pone el coronavirus, por rebajarse al lenguaje confianzudo de quien reclama «la medalla de oro de la vacunación» después de cien mil muertos.

Sánchez ha militado en la cola del paro, ha sido desahuciado de su casa materna por la ventana. Este adiestramiento de comando le permite menospreciar a la pandemia desatada, desde la sencillez desafiante de que «la hemos superado». Ni el ser humano más cumplido ha rematado el 33 por ciento de sus aspiraciones vitales, incluyamos a Jesús y Mahoma en este apartado, pero la energía que precisa Sánchez se le queda corta al cien por cien. El porcentaje supuestamente categórico es en realidad un enunciado que elude el contraste. Hay pronunciamientos que no son verdaderos ni falsos, y el presidente se limita a transitar por la senda de lo inverosímil que le catapultó a La Moncloa. Otros lo tuvieron más fácil.

La esencia del gobernante no radica en solucionar los problemas, ni siquiera en afrontarlos. La clave está en no temerlos. La impavidez activa de Sánchez, frente a la variante pasiva de su predecesor, le permite arranques de genio como tutear a los independentistas en lugar de satanizarlos. Los neutraliza al convertirse en su patrocinador. Obtiene en Cataluña otra medalla de oro, la variante de la Champions de la economía en que ya colocó Zapatero a España antes de ser asfixiado por las finanzas. El siguiente socialista demuestra que el secreto de la continuidad en el poder no consiste en engañar a los demás, sino en engañarse a uno mismo.

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