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La eucaristía: vínculo de amor

La mitología siempre nos ha pintado al hombre como un ser ambicioso de cosas grandes. Pero, la realidad nos confirma que el hombre suele pecar de lo contrario, más bien de conformista. Casi todas las aspiraciones humanas no suelen desbordar la frontera material de llenar el estómago.

Y es que las grandes ansias de justicia y de libertad que recorren teóricamente nuestro mundo, quedan reducidas a las ansias mondas y lirondas de comer y beber. Jesús que conocía bien al hombre lo sabía, y tuvo ocasión de comprobarlo cuando habló a sus oyentes de la eucaristía.

Para los contemporáneos de Jesús, la eucaristía consistió en la multiplicación de los panes y saciar su hambre. Para nosotros, la celebración de la eucaristía es una norma de piedad familiar, pero con poco aire de familia. Tampoco es un signo de interés por los demás, ni un vínculo de mayor solidaridad.

Pero lo peor de todo es que nos conformamos con unas eucaristías descomprometidas, poco compartidas, individualistas…sin descubrir ese “cuerpo” y “sangre” que se entrega por nosotros, ni la comunión con Jesús y con nuestros hermanos.

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