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El consumismo que nos consume

Reflexiones sobre el actual sistema y sus controladores

El desajuste entre el consumo responsable y el consumo en exceso que se abre entre el consumidor medio y las grandes cadenas alimentarias y comerciales se aleja muchísimo de lo racionalmente exigible al buen juicio.

La sociedad actual vive atrapada en una espiral consumista que la consume. Una espiral donde siempre hay algo mejor, más novedoso, más caro y más bello a disposición del consumidor. Así rezan los clichés publicitarios en los grandes almacenes, canales televisivos y demás medios, convertidos en sucesión de secuencias y eslóganes reafirmando el consumo sin fin para quitarle a la gente la idea rebelde y peligrosa del anti consumo. Pero, al fin y al cabo, esto es la globalización, la implantación del pensamiento único disfrazado de diversidad multimarca que termina minando, por igual, objetividad y cordura en cuanto a la valía que poseemos y de quienes podemos ser como método de defensa.

El rebelarse contra la sociedad consumista no es más que reconciliarnos con nosotros mismos en esa sensación de ir contra el poder como acto singular entre hacer y no hacer. Es obvio que los controladores del sistema contraatacan con dureza a todos y a todo lo que consideren un problema, es decir, a los elementos correctores del sistema del consumo infinito. Son conscientes que hay que destruir la opinión y sensación de saber de esa gente, bloquearla, desacreditarla para luego sustituir el saber de la manera más grotesca, mentirosa y falsa recurriendo al enorme poder de la información de las grandes corporaciones del poder mediático que no deja de ser sino más publicidad engañosa y encubierta y, sobre todo, modelada hacia un consumo de masas incitándolo a comprar y tener cosas, aunque resulten innecesarias. Esa llamada permanente al consumo a base de mentiras disfrazadas de pulcra información no solo resulta intolerable, sino que además raya el insulto.

El objetivo de la espiral consumista es producir el deslizamiento emocional de los consumidores y hacerles tragar que el consumo sin fin es algo necesario y deseable. En esa tesis los países desarrollados, es decir, los ricos y poderosos, se encuentran a gusto desangrando y contaminando los recursos naturales de un ecosistema que se agrieta, se deshiela, se queja y se rebela con cambios climáticos cada vez más frecuentes y de mayor intensidad pegándonos dentelladas tan voraces como vorazmente se le agrede. Pero, a la par, con tibias declaraciones consoladoras garantizan al consumidor que sus productos son ecológicos y, por tanto, no agreden al medio ambiente. Así escriben el guion estos figurantes y actores bajo la carpa que cubre el escenario del todopoderoso sistema productivo capitalista universal. Pero, lamentablemente nos hemos acostumbrado a pasar junto a las cosas que interpretan estos actores, malintencionados en extremo, sin verlas ni apreciarlas.

A los políticos gobernantes, indistintamente del país sostenedor del actual sistema, quizá les surja el remordimiento póstumo, con el abandono de la política, del que Baudelaire reconoce en “las flores del mal” que el remordimiento puede ser digno a final de cuentas, y, por tanto, se cuestiona y hace una crítica a la culpa, los valores y a la moral del momento.

Cerrar los ojos no va a cambiar nada. Nada va a desaparecer simplemente por no ver lo que está pasando. De hecho, las cosas serán aún peor la próxima vez que los abramos. Sólo un cobarde cierra los ojos. Cerrar los ojos y taparse los oídos no va a hacer que el tiempo se detenga.

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