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Isabel Menéndez Benavente

Tormenta de ideas

Isabel Menéndez Benavente

Marlaska y su incontinencia verbal

Algo importante está pasando. La incomunicación y la descoordinación a la que nos tiene acostumbrados este gobierno se hace cada vez más patente. El ínclito ministro del Interior sale como poseso, tras la denuncia de un joven homosexual de haber sido tatuado por unos encapuchados que representaban él no va más del delito del odio, a convocar a la prensa diciendo que no se puede consentir y que se programa con carácter de urgencia una comisión de seguimiento de los delitos de odio. Si esto hubiera sido así, es más que evidente que es un delito de odio hacia el colectivo gay. Y no seré yo quien quite importancia al tema, que es gravísimo. Pero me llamó la atención, ya en aquel momento, que el ministro saliera a la palestra cuando otras muchas veces se esperaban sus explicaciones y dio la callada por respuesta. Por ejemplo, ahora.

Ahora que se sabe que ha sido todo un bulo, no sale a dar explicaciones de por qué, por ejemplo, no fue informado de las sospechas de la policía, y una se imagina que quizás sea porque la comunicación entre las fuerzas de seguridad y el ministerio no es todo lo fluida que debiera, posiblemente porque no están en sintonía. Ha hecho el ridículo más espantoso no sólo ahora, recordemos también cuando en mayo, con las elecciones de Madrid, le faltó tiempo para asustarnos con aquel envío de la navaja a la ministra, que era fruto de una persona desequilibrada y no de ningún partido, pero que él, en esta descoordinación que les comento, no supo hasta mucho después de las investigaciones policiales. Yo calificaría estos desmanes como impulsos verbales que le llevan a hablar antes de pensar. Es una total incontinencia verbal que le hace salir como loco a dar la primicia de todas las noticias que sabe ocuparán el mejor espacio en los medios. Y es que uno, especialmente siendo ministro, debe tener mucho cuidado con las “fake news” y no salir ante los micrófonos a señalar a posibles inductores de un delito, y menos si ni siquiera existió. Es, como poco, para sentirse muy muy abochornado. Aquí ya se sabe, nunca dimite nadie. Pero, aunque solo fuera por vergüenza torera, por incompetente, debería, de verdad, pararse a pensarlo. Y es que está más que claro que las fuerzas de seguridad y él no son un matrimonio bien avenido, y en estos casos el divorcio es aconsejable. Nuestros cuerpos de seguridad necesitan al frente a alguien con quien puedan sintonizar. Lo contrario es como tener al enemigo al mando de las tropas en cada batalla. Una sinrazón.

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